El subtítulo no deja lugar a dudas: ‘Una crónica emocional de mis 25 años en el FIB‘. Así que nadie se llame a engaño: no se trata ni de un ensayo exhaustivo, ni de un libro de memorias, ni siquiera de una cronología detallada de acontecimientos que arranque en 1995, con la primera edición celebrada en el Velòdrom de Benicàssim, y que acabe con la venta de un FIB consolidado al conglomerado The Music Republic, que conllevó el desmantelamiento de Maraworld, la empresa fruto de la ilusión y el ímpetu de cuatro fans del indie del entorno de la sala Maravillas de Madrid, que había impulsado aquel pequeño festival de música rara hasta convertirlo en una marca de prestigio internacional y destino musical europeo favorito para un gran número de artistas.
‘Aquí Vivía Yo‘ (Libros del K.O., 2022) hilvana recuerdos sin más hilo conductor que el que surgiría espontáneamente en una charla en una terraza a la fresca mientras se comparte cañas con los amigos, con los fíbers; y, con ello, tenemos que agradecer la generosidad de Joan Vich de compartir esos recuerdos (y, a buen seguro, pronto esas cañas), porque abrir estas páginas es sentarse con él en la terraza y pasar un rato divertido.
Cada capítulo lleva por título el nombre de pila de alguien (incluímos aquí el Velòdrom de Benicàssim) que ha marcado el recuerdo en uno u otro sentido. Acostumbra a ser alguno de los miles de amigos que Joan ha cultivado en su trayectoria en el FIB, aunque a veces se trata de alguna figura cuya aureola trasciende e impregna toda la historia. Pero no necesariamente el titular del capítulo es el protagonista; en ocasiones es solo la premisa argumental o el nexo de unión de otros personajes o el hito que marcó tal o cuál edición, alrededor del que giran los acontecimientos.
Pero el protagonista principal, es, en realidad, el Festival, cuyas múltiples facetas vislumbramos a medida que Joan nos va desgranando las cuatro millones de anécdotas que contiene el libro, algunas tiernas, otras realmente jugosas, muchas de ellas divertidas y alguna que otra sorprendente o inquietante (la mayor parte de las veces relacionadas con personajes que poco o nada tienen que ver con la escena musical y sí con la política y social). Las más conocidas, las que todos tenéis en mente, son las que menos relevancia tienen, si es que aparecen siquiera, porque las que describe el autor merecen mucho la pena.
Lo que se revela también entre las bambalinas de los capítulos son los entresijos organizativos de un evento multitudinario e internacional; al igual que el personaje/FIB que se va desgranando a medida que avanza la lectura, tampoco encontraréis manual práctico de organización porque, como se deduce, ni siquiera existe (si es que se quiere levantar un festival que tenga alma), sino que el FIB debe su éxito a todos los nombres que aparecen a lo largo del libro, a ese sueño de crear un espacio, un cosmos desgajado temporalmente de la corriente del tiempo y el espacio, en el que, como Joan Vich insiste con frecuencia, disfrutar con tus amistades del entorno, de la compañía y de la música. Una experiencia inolvidable. Y no es poca cosa, dado en lo que se ha convertido hoy en día el circuito de festivales: un negocio en el que obtener el máximo rendimiento aun a costa de la experiencia, y en el que artistas y asistentes nos hemos convertido en assets cuya importancia depende exclusivamente de la cuenta de resultados.
Así pues vemos cómo el ímpetu, combinado con el esfuerzo, no pocas dosis de azar, tozudez y cariño conformaron el festival del astronauta con escafandra indie planetaria, un festival en el que las relaciones humanas fueron más importantes o que el capital y que, al final, el capital acabó por corromper y desnaturalizar. Una marca, un festival, un concierto, un disco es más que una empresa o una industria: somos las personas.
También se pueden leer, of course, algún que otro salseo digno de la nuestra próxima sección Indie Rosa o de conocer, de primera mano, cómo se las gastan ciertos artistas o managers. O guardaespaldas. Si tenéis curiosidad, aqui no os vamos a desvelar ningún nombre, porque os aguaríamos la fiesta. Así que os ruego encarecidamente que bajéis a vuestra librería de cabecera, la del barrio, y lo compréis (o lo encarguéis, que os lo traerán enseguida: NI SE OS OCURRA PEDIRLO POR AMAZON), os lo pongáis en la bolsa, vayáis a la playa o a la piscina y, con los pies en remojo y la piel embadurnada de protección solar, le abráis la puerta a Joan y os toméis una caña con él y sus batallas mientras escucháis alguno de los artistas que nos alegraron aquel verano en Benicàssim.