Tenemos que darle la razón a la nota de prensa: el post-punk se puede bailar. PVA narra la angustia existencialista con versos cortantes y astillados, pura estroboscopia lírica, que, en un hermoso juego de prosodia proverbial, la visten de synth-wave gótico para rasgar el ropaje con arpegiadores de iridio y bases cercanas al drum. Electrónica, guitarras y batería materializaron una simbiosis orgánica con la voz profética de Ella Harris, que recitó una liturgia urgente y seductora, una suerte de hechizo, de magia negra si se quiere, una lírica reflejo de una época oscura, segmentada, inconexa, pero que, a su vez, trasciende en una noche de celebración en el templo de la juventud, de los descastados, de los que huimos de la sociedad, del anhelo de libertad que es la sala de baile, donde, en oscuridad y en comunión, exorcizamos el zeitgeist de esta época mediante el movimiento y el sudor.

La noche la abrió Polseguera, dúo formado por Tomeu Mulet y Biel Riera, que presentaba su segundo disco, ‘Ermàs‘ (Indian Runners). Firmaron una actuación sobria y seductora, con regusto al synth, dark wave y shoegaze de los ochenta, un cierto deje a The Cure en las capas armónicas, y unas hermosas y perturbadoras letras en mallorquín. Por cierto, anoten que, el próximo 9 de diciembre, actúan en la sala Freedonia.

Aunque era lástima ver la sala medio llena, dada la meteórica (y merecida) ascensión que ha vivido PVA este año, los que allí estuvimos salimos con la sensación de haber asistido a uno de esos conciertos míticos que dará que hablar en el futuro. Ver entre el público a Amable y a Albertcode nos garantiza que así será. También es cierto que tuvimos más espacio para bailar y desfasarnos con el headbanging, por eso no nos podemos quejar, pero la recepción se antojó como poco tibia. A la banda, formada por la letrista Ella Harris, que comparte micro, guitarras y sintetizadores con Josh Baxter, y respaldados por la precisión metronómica de Louis Satchell, no le falta hechura, ambición y presencia escénica: una presencia que combinaba el candor, el ardor, el carisma y el desparpajo, una banda nacida para brillar en el escenario. No se dejen engañar por la producción del disco: la fuerza está ahí, en el directo.
“Transit” marcó al inicio la atmósfera más etérea, un espacio de fabulación y de entonación pesadillesca, y de inmediato atacaron con “Untethered”, arrolladora, apabullante. Harris se erigió en el centro de atención, desgranando los versos con una voz a medio camino entre el spoken word y el alma de la máquina, entretejiendo la voz con las capas de sintetizadores y efectos (aunque, en algún momento puntual, la máquina devorase la voz) mientras tomaba el espacio, exploraba las tres o cuatro dimensiones con lentos bailes y contorsiones imposibles, a un mismo tiempo Siouxsie y Rafaella Carrà, magnética, firme, induciendo el trance. Volvieron a volar los cuchillos en “Hero Man”, y “Comfort Eating”. Baxter era el contrapunto ominoso en “Bunker”, un corte repetitivo, cercano al drone, para una historia de ansiedad e insatisfacción. El ecuador lo marcó “Divine Intervention”, con las primeras filas buscando la complicidad de la pista y el fondo más bien cautivado, que enlazó con “Bad Dad”, el accidente hecho canción, seductora y morbosa, la confesión que no quieres escuchar y que no puedes evitar escuchar, la tentación, el pecado, la perdición y la redención.


El ambiente se fue caldeando con la aspereza de “Kim” y el romanticismo surreal y malsano de “Soap” para recalar en las formas más house de “Sleek Form” y el minimalismo de “Exhaust/Surroundings”, con Harris elegida en profeta y Baxter saltando tras los teclados, animando al público a bailar y a dejarse ir. Cuando a este le llegó el relevo vocal con “The Individual”, que marcó el cierre del concierto, Baxter ni corto ni perezoso, se bajó a mezclarse con esa primera fila para desgañitarse y entregarse, a difuminar las barreras, a compartir la noche. Si el mundo se va a pique, cuanto menos, bailemos hasta que no podamos más.
Hacedme caso: escuchadlos, id a verlos, comprar sus discos (la edición rosa es preciosa), dejaros seducir, seguidlos: vais a oír hablar mucho de ellos en el futuro. Por lo pronto, su ‘BLUSH‘ (Ninja Tune) está bien situado en la parrilla de los mejores discos del año. Al tanto.