Patrick Watson (Apolo, 20/02/20)

Patrick Watson (Foto: Ignasi Trapero)
Karine Pion(Foto: Ignasi Trapero)
Evan Tighe (Foto: Ignasi Trapero)
Patrick Watson (Foto: Ignasi Trapero)
Joe Grass (Foto: Ignasi Trapero)
Patrick Watson (Foto: Ignasi Trapero)
Mishka Stein (Foto: Ignasi Trapero)
Patrick Watson (Foto: Ignasi Trapero)
Kyla Charter (Foto: Ignasi Trapero)
Kyla Charter (Foto: Ignasi Trapero)
Kyla Charter (Foto: Ignasi Trapero)

Siempre he defendido que la locura es la única manera de sobrevivir a esta vida tan absurda. Un refugio ideal en el que parapetarse ante mediocres, soberbios, intolerantes o, si hace falta, frente a uno mismo. El arte es un espacio ideal para explotar cualquier desafío a la contención o a la pauta establecida, porque una de las razones de su existencia es, precisamente, poner en duda pautas y modelos de comportamiento de nuestra sociedad de mierda. Y en muchos momentos, esa supuesta locura alcanza cotas de lucidez que hacen que gire la tortilla y el presunto loco se convierta en genio clarividente (hola, Daniel Johnston…), y los presuntos cuerdos en tarados de conformista vulgaridad. Patrick Watson estaría en la primera categoría.

Kyla Charter (Foto: Ignasi Trapero)

Mientras Big Thief toca en la sala de abajo, la noche en la sala principal la abre una de las acompañantes de la banda de Watson, Kyla Charter, que nos sorprende gratamente en escasos 20 minutos que rozan el soul o el góspel en frágiles canciones sobre chicos que no la quieren (otro indicador de lo absurdo de este mundo, pues desprende encanto y simpatía a raudales bajo esa corona de flores que tanto le dificulta ponerse y quitarse cómodamente la guitarra). Sólo se necesita a sí misma, guitarra y pedales de efectos con los que jugar a hacer loops vocales con los que montarse sobre capas de su propia voz.

La espontaneidad de Watson se deja ver ya desde el momento en que dice, riendo, que no hacen falta los aplausos que el público le regala ya cuando sale él mismo a acabar de chequear el sonido de su piano, sintetitzadores y cacharros varios, conectados entre sí con un entramado de cables que parecen una metáfora de su propia cabeza. Sensación de fragilidad y de que se iría todo al garete si fallara un solo cable, pero a la vez de genialidad cuando están todos interconectados de la manera justa y precisa. Están noche lo van a estar. Los de dentro, y los de fuera…

Patrick Watson (Foto: Ignasi Trapero)

Siete años después de su última visita a Barcelona, el canadiense abre el show al piano con ‘Dream Of Dreaming’, iluminado únicamente por esa pequeña bombilla que le ilumina la cara en contrapicado. Kyla ya se ha cambiado vestido blanco por ropa negra y hace los coros. Mishka Stein al bajo y Evan Tighe a la batería le ponen base rítmica al combo, mientras Joe Grass araña su guitarra con los dedos o con el arco de violín cuando hace falta. Karine Pion se mantiene en discreta segunda linea, con teclados, más percusión y coros, aunque luego pasará al frente a tocar el piano. El concierto se inicia exactamente igual que el disco que presenta, ‘Wave’ (2019), con sus 4 primeras canciones. Un trabajo más introspectivo y no tan experimental, fruto de las olas vitales que en poco tiempo le llevaron a perder a su madre, al suicidio de una amiga y a divorciarse, pero también a encontrar al amor de su vida (la escritora Heather O’Neill).

Joe Grass (Foto: Ignasi Trapero)

El genio de cabello alborotado (“fue una buena idea combinar setas alucinógenas y cortarme el pelo“…) deja el asiento y avanza al frente, mientras Joe y Mishka le flanquean con guitarras acústicas y Kyla le hace los coros. Watson se refiere al músico venezolano Simón Díaz, quién inspiró mi negra melodía favorita con su ‘Tonada De Luna Llena‘: las primeras notas de la exquisita ‘Melody Noir’ me erizan el vello y no me atrevo a cantar para no joder la magia del momento. Más que cantar, Patrick acaricia el aire y extrae bellos sonidos flotantes entre falsetes de terciopelo y notas de piano que son agradables gotas narcóticas que consiguen el tremendo milagro de que la sala preste atención de manera respetuosa (extrañamente silenciosa, vaya. Y eso, tristemente, es noticia). La hipnosis colectiva es total, y sólo nos queda disfrutar del privilegio de esta hora y tres cuartos que nos regalarán.

Kyla Charter (Foto: Ignasi Trapero)

El show se balancea entre la frágil delicadez emotiva de ‘Broken’, ‘Here Comes The River’ o ‘Drive’ (con esa historia surgida en un paseo en coche de madrugada por la autopista), con momentos de subidas y épica que, por momentos, me llevan al universo Pink Floyd. Watson está de muy buen humor, bromea, ríe a carcajada limpia, y contagia el buen ambiente que fluye entre los músicos. Canta con micro, con megáfono o a pelo, se quita la chaqueta, dirige los coros de un público magnetizado por el aura radiante de un músico distinto, o pregunta si va todo bien cuando la bombilla que ilumina a Kyla se desprecinta del ampli y las chicas de mi izquierda intentan volver a engancharlo con el celo que llevan en el bolso. Cuando le dicen que todo ok, bromea diciendo que el piano se ha incendiado y suelta otra carcajada explosiva que hace reír a toda la sala. La preciosa belleza de la naturalidad que tanto le falta al 99% de la humanidad…

El bis empieza con un conato imperfecto de silbidos de pájaro para acompañar a ‘Big Bird In A Small Cage’, otra vez con los músicos al frente y los focos encendidos. Teóricamente ‘Turn Into The Noise’ es la última canción (así lo pone el setlist), pero cuando el resto de la banda le deja solo, Patrick tiene ganas de seguir jugando, y le pide al público una votación popular sonora para decidir qué canción tocará al piano para acabar el show: ¿’The Great Escape’? ¿’Lighthouse’? ¿o ‘To Build A Home’? Resuelve la división de opiniones ejecutando la primera… y sólo son necesarias las primeras notas para ponernos la piel de gallina. Pero el modo aviar no acabará aquí, porque mr. Watson está a gusto y enlaza con ‘Lighthouse’, que no podría ser mejor final de un concierto emotivo y divertido a partes iguales, con preciosa cascada láser final que lo llena todo de color, y con el maravilloso encanto de aquello que es genuino, desbocado y sin estúpidos corsés ni autorepresiones.

Patrick Watson (Foto: Ignasi Trapero)

¿Es locura también ir a ver a tu artista favorito a Lyon, esta noche en Barcelona y al día siguiente en Madrid, como me explica Carola a mi izquierda? ¿O venirte 4 días a Barcelona desde Ucrania para ver el concierto y llamar la atención primero de Joe y luego de Patrick con las camisetas dibujadas a mano y diseñadas personalmente por la pareja de jóvenes que tengo a mi derecha? ¿O que la música llegue tan hondo que haga llorar y enviar mensajes con cosas que nunca le dijo alguien a otro alguien en ultramar? Benditas todas y cada una de nuestras pequeñas locuras, pues le dan un punto de magia a la vida y la convierten en algo que vale la pena experimentar, ni que sea en breves momentos de lúcida genialidad escapista y exhuberante demostración musical. Como una ola que viene y se va, dejando un rastro efímero en lo físico pero que te puede calar en lo emocional.

Patrick Watson (Foto: Ignasi Trapero)

Setlist:

  • Dream For Dreaming
  • The Wave
  • Strange Rain
  • Melody Noir
  • Wild Flower
  • Turn Out The Lights
  • Broken
  • Hearts
  • Slip Into Your Skin
  • Adventures In Your Own Backyard
  • Look At You
  • Drive
  • Here Comes The River

Bises:

  • Big Bird In A Small Cage
  • Turn Into The Noise
  • The Great Escape
  • Lighthouse
Escrito por

Rarito como un tema de Sonic Youth; me excito con el ‘Psycho’ de los Sonics; si me cabreo, Pistols, RATM, Sandré, riot grrrls o Los Punsetes; me ponen igual soul, r’n’b, ye-yé, garaje, punk, r’n’r, indie o brit-pop. De mayor quiero ser Patti Smith, Iggy o John Waters. Ateo hasta que conocí a PJ HARVEY. Fui negro en otra vida… y hago el impostor como periodista musical y deportivo en radio, TV, webs y revistas varias.

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