Si algo me gustaría transmitir en esta crónica que, voy a reconocerlo desde el principio, va a ser muy subjetiva (como lo son todas, al fin y al cabo, por mucho que se estructuren analíticamente) es la alegría de vivir que transmitieron los grupos del doble cartel promovido por Las Amigas. Y es que tanto a Supermeganada como a Morreo les ponía sendos pisos en Passeig de Gràcia (si no fuera porque, en esta ciudad que ha acabado en manos de turistas, burgueses y buitres, todos somos como los protagonistas de “Los turistas”) porque se hicieron querer y acabamos amándolos con esa alegría. Pero vamos al lío, estimada lectora y estimado lector.

Grata sorpresa fue el directo de Supermeganada, habida cuenta de la producción híbrida entre el pop y el urban de sus discos. Los de Sant Adrià tomaron el escenario agradeciendo a la sala Sidecar su hospitalidad (y reconociendo que ya andaban un poco “tajas”: la sinceridad siempre por delante) y, al contrario de lo esperado, sonaron a pop rock de guitarras, demostrando una maestría técnica soberbia en los instrumentos. Después de un inicio titubeante, la sección rítmica, sobrada de brío, con cierto regusto funk y una pizca de disciplina motorik, permitía a las guitarras lucirse con unos ramalazos eléctricos que recordaban a veces al brillo prístino de los Smiths, cuando no sonaban más abrasivos, virando a los mejores momentos del college y garage rock de los noventa. En cuanto a la parte vocal, no se puede negar que el grupo fue muy voluntarioso, pero la ausencia del Autotune se notó. Fue una pena no poder disfrutar mejor de unas letras que ahondan en un existencialismo tan naíf como la realidad, de ahí que sus textos suenen tan reales, tan anclados al hoy, un espejo absurdo del propio absurdo, pura poesía de la cotidianidad: redes sociales, llaves, mascarillas y Condis se convierten en metonimias de soledad, de la modernidad líquida, mordiscos desganados lanzados a un “No Future” monetizado y, por tanto, inofensivo, una revolución que empieza y acaba en el dormitorio.

El desparpajo del trío titular compensaba con creces la cacofonía, la afinación laxa y la electricidad desbordante entre las se perdían esos versos que merecen la pena tener en cuenta. A las ganas de pasárselo bien encima del escenario se unió el hecho de jugar en casa y de contar con una parroquia fiel y con ganas de jarana, que coreó alguno de los singles y se echó a un pogo algo blandito a petición de los supermegas (Víctor, Guille y Marc). Unas bragas rojas de encaje volaron al escenario y acabaron (si no me confundo) sobre los pantalones de Víctor. El recorrido a su corta discografía fue exhaustivo, desde la época del dúo fundador (casi todo el EP del 2016) a sus últimos singles “Sabor Sandía”, “Llaves, Móvil, Mascarilla y Abrigo”, “Brillo y Oscuridad”, y acabaron con el éxito desopilante de “Cajera del Condis”.


Relevo de banda y relevo de público, un público más del estereotipo de oyente de Radio 3 que apartó al más joven casi a codazos y que copó las primeras filas, ávidos para embeberse la presentación del que está llamado a ser uno de los discos del año (cuanto menos por quien suscribe estas líneas, enamorado ya de esta Alegría absolutamente DE-LI-CIO-SA), el segundo largo de los andaluces Morreo. Joseca y Germán salieron respaldados por una sección rítmica con mucho groove, mucho funk y sonidos retroelectrónicos que vistieron con elegancia el repaso a un disco que, con toda la Alegría, la banda desgranó de arriba abajo, con alguna visita ocasional a himnos de Fiesta nacional como “Pesadilla pop”. Si bien es cierto que el inicio fue algo accidentado, con un sonido desajustado y algunos problemas técnicos, en la tercera canción Joseca encaró el resto del bolo con un sonoro: “¡A tomar por culo, aquí hemos venido a pasárnoslo bien!” a la vez que se quitaba los monitores inalámbricos y se daba al público presente.

Y si a Supermeganada hay que quererlos por su desparpajo, a Morreo hay que ponerles un altar en la catedral de la música popular española. Para quien suscribe estas líneas ha mamao la copla, la canción ligera y el flamenco en casa, en la radio de mi madre, en las fiestas con la familia, en la peña flamenca, en los matinales de la televisión y en las ferias de quienes dejaron atrás su tierra para labrarse un futuro con el sudor de la frente, los mimbres que forman las canciones de Morreo hace que se le humedezcan los ojos y el corazón brinque de alegría en la caja torácica. El repertorio de Morreo bebe (y actualiza) una rica y exuberante tradición pop nacional, con versos que saben a veranos en la playa, brillan como el albero y huelen a jabón y a azahar; metáforas precisas, certeras y llenas de poesía. Y amor, desamor, melancolía, ruptura y retranca, que no es poca cosa. La alegría y la exhuberancia, también, de la vida, en definitiva.

Superados esos problemas iniciales, Germán y Joseca fueron afianzando uno de los puntos fuertes de la banda: la armonía vocal en himnos pop que funciona como la ganzúa que abre la cerradura de cualesquiera sentimientos. Evidentemente nos hubiera encantado verlos compartir escenario con Adiós Amores en “Los turistas” o con la diva flamenca (inciso: uno de los mejores bolos del Primavera Sound del 2022, palabrita) Soleá Morente con ese homenaje al recientemente fallecido cantaor Pansequito, pero ellos dos se bastan y se sobran para llevarnos a su terreno. Sonaron bulerías y sonaron coplas; también baladas y lamentos pop. Y rave y un poquitín de house, por qué no: todo tiene cabida cuando no tienes prejuicios, abrazas la música en todo su esplendor y contribuyes a que la noche y la poesía te embarguen.

La retahíla de influencias sería interminable, desde La Más Grande hasta Hidrogenesse (presentes en la sala, como no podía ser de otra forma), Los Brincos y la Casa Azul, hecho que pone en relieve, aparte de la ausencia de prejuicios, la inmensa cultura y el amor por la melodía y por la poesía, el trabajo por la prosodia y por la harmonía. Puede que “Mosquito” sea la canción del verano, ese earworm cuyos coros se aferran a la meninges con garfios de adamiantum, pero es una muestra de repertorio que contiene canciones que te ponen cachondo como “Mambo” o que resuenan tanto a Andalucía como “La higuera” o “La flor de mi jardín”. Mi consejo: haceos con una copia de Alegría y prestad atención a sus pliegues y sus sutilezas. Y no os los perdáis en directo: pronto deberían estar encabezando carteles. Al tiempo.
P.D.: Las bragas rojas de encaje acabaron en mi casa.
