Vivimos tiempos confusos, hostiles, inciertos y desconcertantes. Nada es lo que parece y es mejor no hacer previsiones, porque la realidad suele desarrollarse siempre anárquica y fuera de toda lógica. Y en esta hoguera de las vanidades que son los tiempos de las redes sociales, se generan algunos fenómenos sociológicos curiosos o que, directamente, son un espejo de todas nuestras miserias. Algunos de ellos tienen que ver con los conciertos (o, por extensión, con cualquier espectáculo en directo): y es que tenemos todos una especie de síndrome ansioso que nos lleva a no querer perdernos nada, no vaya a ser que aquél vaya a ser un concierto histórico o inolvidable y nosotros no estemos allí para poder decir después que, efectivamente, allí estábamos. Y, paralelamente, también tendemos a exagerar nuestras percepciones emocionales derivadas de una cita musical llevándolas a la hipérbole, porque forma parte del engranaje narcisista-egocéntrico-exhibicionista de nuestras maravillosas, inigualables y excitantes vidas que vendemos de cara al exterior. Así, el 90% de los conciertos a los que vamos los calificamos de extraordinarios ante los demás, convirtiendo lo extraordinario en ordinario, de tantas veces que utilizamos el término.
Sirva toda esta introducción de filosofía de sofá como advertencia: y es que los adjetivos que puedan derivarse a partir de este momento en el que escribo sobre el concierto de anoche de María José Llergo en la sala 2 de L’Auditori de Barcelona no son fruto de hipérboles para vender ningún gato por liebre ni un egocéntrico “yo estuve allí” que poder contar de aquí a unos años, cuando la artista de Pozoblanco tenga el reconocimiento masivo que parece indicar ese exhuberante potencial que lleva ya un tiempo exhibiendo en voz baja. Se trata, simplemente, de intentar ponerle palabras al conjunto de emociones que nos hizo vivir anoche y que aún siguen impregnadas en algún oscuro rincón de mis vísceras y, creo, de las del 99% de asistentes al recital.

Siete son las canciones del EP de debut ‘Sanación‘ (según explicaba a Radio Primavera Sound, uno por cada chackra), pero la noche se dividió en tres. Siete y tres son diez, curiosamente. La primera parte fue la más desnuda, con el guitarrista de Rubí Marc López y la prodigiosa voz de la Llergo preparando los ingredientes con los que curar nuestras heridas aún sangrantes. Oscilando por distintos palos del flamenco, y con momentos de primeros éxtasis con aires reivindicativos, como la ‘Canción de Soldados’ de Chicho Sánchez Ferlosio (al que David Trueba le dedicó un documental exhibido en la última edición del In-Edit) y esos versos que serían tan necesarios hoy en día: “Dicen que la patria es un fusil y una bandera. Mi patria son mis hermanos que están labrando la tierra (…) Ay, que yo no tiro, que no, ay, que yo no tiro, que no, ay, que yo no tiro contra mis hermanos. Ay, que yo tiraba, que sí, ay, que yo tiraba, que sí, contra los que ahogan al pueblo en sus manos“. Emocionada al recoger los aplausos del público como un abrazo (con sus brazos en cruz contra su pecho), la artista cordobesa interactuó con el público con una mezcla de cierta y sincera timidez/inexperiencia/humildad, y un espontáneo y encantador desparpajo que le salía del alma como si estuviera ante una panda de amigos o familiares. “¡No pierdas nunca esa ingenuidad!“, le gritó una mujer desde el público, provocando la sonrisa del resto de la audiencia.
En la segunda parte del show, se les unió en escena el productor del disco, Carlos Rivera Pinto (Lost Twin), para añadirle una capa a las canciones de aire popular, tradicional y flamenco: la de los sintetizadores y la modernidad de atmósferas oscuras, sobrias, y que la acercan también a otras artistas coetáneas con más trayectoria, como Sílvia Pérez Cruz o Maria Arnal. No pudo estar un cómplice de la Arnal i Marcel Bagès, David Soler, por culpa de una inoportuna tendinitis. Noche de ausencias inoportunas, aunque estuvieran presentes en nuestros pensamientos internos.
La tercera parte fue la de unos acompañantes muy familiares para la Llergo y muy inesperados para el público: los componentes de la BEO Big Band dirigidos por Claudio Marrero (con excompañeros de clase de ella en la Esmuc, a la que hizo mención al principio). ¿Flamenco + sintetizadores + big band? El invento era arriesgado y de esa combinación podría haber salido cualquier mejunje indigesto, pero lo cierto es que funcionó con contundencia en la pieza protagonista del show (ni que sea porque la tocaron dos veces, y porque es mi favorita del EP): ‘Nana Del Mediterráneo’ cumplió su papel de homenaje a las víctimas del homicidio masivo por omisión que está perpetrando la Unión Europea en sus mares, y también de catarsis emocional ante un público hipnotizado por el arte de esta joven que profesa tanto amor por sus abuelos y su tierra.

En los bises, y tras una primera y sentida ovación, mientras los músicos volvían dentro a recuperar sus instrumentos, se produjo el momento seguramente más mágico y estremecedor, cuando María José y David se adelantaron al frente del escenario para interpretar a capella y sin micros con los que amplificar la guitarra ese ‘Todo Es De Color’ de Lole y Manuel (bendito poder evocativo de la música, me volví a sentir niño escuchándoles en casa con mis padres). Ya con la Big Band nuevamente a punto, repitieron ‘Nana Del Mediterráneo’, y provocaron una segunda y sentida ovación que duró minutos y provocó nuevas y sinceras lágrimas de la Llergo.
Como aquel regalo que fue el concierto en El Vaixell del Vida festival de la entonces aún semi-anónima Rosalía y Raül Refree en mitad del bosque en 2017, anoche los allí presentes tuvimos la sensación de que estábamos viendo nacer a una estrella. Y no es hipérbole. Radiante, fresca, inocente, generosa, y con unas luces y unas sombras propias y verdaderas que son justo la semilla de ‘Sanación‘, que presentó ante una sala llena y con entradas agotadas hacía días. Ojalá María José elija continuar por esta senda de la desbordante emoción sincera y no sucumba ante perversas tentaciones comerciales que puedan restarle calado emotivo y credibilidad artística, como personalmente percibo que le ha pasado a su amiga y compañera de sello. Sea como sea, la noche del 14 de febrero de 2020 María José Llergo conquistó los corazones de esa Barcelona que la acogió hace unos años, con sus tormentas perfectas y sus oportunidades de realizarse. Y esa misma noche, la Llergo puso su voz como un bálsamo sobre nuestros roces, escozores y heridas de guerra, para ayudarnos a sanar y empezar a cicatrizar lo que hasta hace poco sangraba a borbotones. Lo que la música ha unido, que no lo separe nadie.