El festival Vida se ha hecho mayor. Heredero de aquél Faraday que llegó a las 10 ediciones hasta que echó el cierre en 2013, la cuarta edición del festival de Vilanova i la Geltrú dobla con creces las 15.000 personas que asistieron a su puesta de largo en 2014. En 2017, han sido 32.000 los asistentes a los conciertos de la Masia d’en Cabanyes i La Daurada Beach Club en las 4 jornadas que ha durado el festival, entre jueves y domingo (el año pasado fueron 25.000). Un crecimiento lógico provocado por el mayor cuerpo de letra de los cabezas de cartel, y que seguramente tenga lecturas diversas: los que ya habían venido años atrás se habrán encontrado con el inconveniente de mayores colas para coger el autobús (la flota se queda bastante corta para el público que hay), los tickets, lavabos o la comida/bebida; y debutantes como servidor nos hemos maravillado del ambiente familiar y reposado, del entorno boscoso, o de lo fácil que era plantarte en primer fila de los cabezas de cartel con el concierto empezado. También desde los ojos de novato, uno ha encontrado a faltar mayor iluminación (especialmente en los baños), y ha sufrido comiendo polvo hasta límites cercanos a la asfixia (cosas de las alergias; 1000 gracias al descubridor de los antihistamínicos…). Con sus cosas buenas y sus cosas menos buenas, lo que está claro es que el Vida es un festival singular y diferente, que da pie a momentos realmente mágicos…

No había mejor manera de debutar en el Vida que con una banda local y de la familia Indie Lovers: Les Sueques jugaban en casa, y nos hicieron mover con sus ritmos gamberros y oscuros entre árboles y los tubos de cartón que decoraban el escenario La Cova. Joan Miquel Oliver abrió el escenario principal en el que luego tocaron Parcels, que gustaron con sus ritmos bailables desde las antípodas.

Teníamos ganas de ver a Rusos Blancos, y nos encantaron su puesta en escena, sus melodías y, sobretodo, esas letras descarnadas, cínicas y cruentas sobre desencanto amoroso y sexual. Como la vida misma, vaya… Guadalupe Plata nos hicieron tragar el polvo del escenario La Cabana con ese blues-rock árido, crudo y sin filtro. El plato fuerte del día eran los franceses Phoenix, que a pesar de no poder contar con la espectacular pantalla que se les rompió en el concierto anterior, hicieron de su show una cosa puramente musical y emocional de nosotros y vosotros, y vamos a pasárnoslo bien. Al final, una fiesta con himnos ya clásicos como ‘Lisztomania’, o ‘If I Ever Feel Better’, o también con las nuevas canciones de ‘Ti Amo’. El petardeo electro-disgusting de Las Bistecs, la electrónica de Erol Alkan o los Djs varios fueron el cierre a una jornada inaugural muy intensa y con tiempo añadido…

Los excesos del jueves hicieron mella el viernes, y llegamos justo para la melancólica y bella actuación de Dr. Dog con un sol crepuscular que le dio épica nostálgica al show de la banda de Pennsylvania. Rock americano de raíces, folk y sonidos lo-fi con un tinte clásico, y que entró de maravilla a esa hora del día. Tras su encuentro con la mascota del festival (el perro Devendra), Devendra Banhart regaló un concierto 100% Vida, de suaves tonadas, ambiente relajado y en el que combinó clásicos como ‘Mi Negrita’ con esa versión en castellano del ‘Sound & Vision’ de Bowie. No fue el único homenaje al genio, ya que luego los Flaming Lips también le hicieron un guiño al ‘Space Oddity’, en el ya clasiquísimo número de la enorme bola de plástico y Wayne Coyne cantando desde dentro. El show de los de Oklahoma es un espectáculo visual y una marcianada musical que tiene más o menos gracia en función de si los has visto una o cuatro veces, pero que sigue impactando por momentos, como cuando tocan ‘There Should Be Unicorns’ con Wayne subido a un unicornio alado, o cuando suenan clásicos como ‘She Don’t Use Jelly’ o ‘Do You Realize?’. Sí, la vida es efímera y se acabará algún día, y a veces parece que no nos demos cuenta de ello (“Do you realize that everyone, you know, someday will die”). Antes de ellos, Real Estate nos habían enamorado con esas melodías preciosistas y cristalinas, mientras Los Punsetes repartían hachazos verbales con Ariadna tan hierática como siempre. De hieratismo iba la noche, pero La Casa Azul intentó cambiarla con sus infalibles melodías de pop-chicle culminadas con una ‘Revolución Sexual’ que fue uno de los momentos del festival, mientras Guille Milkyway repetía una y otra vez que era el mejor concierto de su vida.

Y todavía nos quedaba un día grande, y la prórroga del domingo. El sábado subimos corriendo para no perdernos ni un minuto de Rosalía y Raul Refree en El Vaixell. Sin duda, el concierto más mágico de todos los que servidor vivió en el festival: todo el bosque lleno de gente hipnotizada (y callada! Lo juro! Nadie hablaba! A PJ Harvey pongo por testigo…), mientras la joven artista cantaba a lágrima viva las crudas canciones de su celebradísimo debut, con los pajarillos campestres poniéndole coro bucólico-forestal a ese momentazo. El bis con el ‘I See A Darkness’ de Bonnie Prince Billy fue la guinda a un recital para el recuerdo. Tenía muchas ganas de ver a Gabriella Cohen, pero admito que la australiana no me acabó de enganchar con ese formato minimalista, con una simple acústica y su partenaire. A ver si hay ocasión de volverla a ver con banda. Otro de los conciertos del Vida 2017 para el que os escribe fue el de Warhaus. A Maarten Devoldere ya le conocíamos de los muy recomendables Balthazar, y en este nuevo proyecto se sumerge en aguas oscuras de lirismo y atmósferas entre elegantes y decadentes, con el belga haciendo de crooner junto a Sylvie Kreusch, como unos Gainsbourg & Birkin de la época, y bebiendo musicalmente del jazz, Leonard Cohen o muy mucho de Nick Cave.


Quizás el mejor contexto para disfrutar al 200% a Fleet Foxes sea un auditorio. Pero en un gran festival, la percepción que tengas de un concierto depende en gran parte de las circunstancias que tengas alrededor. Cuando empezaron, y estando nosotros ubicados en la zona media-trasera de la masa de público, las decenas de cotorras maleducadas que no hacían ni caso al concierto me estaban poniendo de los nervios y deseé romper el espíritu de armonía del Vida para sacar el bate de béisbol. Pero por no profanar el alma del festival, optamos por entrar desde el lateral hasta la primera fila. Con los altavoces poniendo a prueba nuestros tímpanos y la música envolviendo hasta el último rincón de nuestros poros y vísceras, pudimos meternos de lleno al fin en el show. Un concierto abstracto, orgánico, de atmósferas más que de canciones (‘White Winter Hymnal’ al margen), y de armonía con esa naturaleza que nos rodeaba a todos. La recta final de la noche daba para todos los gustos: las angelinas Warpaint, el electro-pop de Chico y Chica, el gamberrismo de las madrileñas Las Odio, o los devaneos bailables de Jagwar Ma, The Magician o los DJs del Vida. Y, una vez confirmadas las fechas de la próxima edición (28 junio-1 de julio de 2018) y primer artista (Nick Mulvey), hacía ya horas que estábamos dándole vueltas a la cabeza sobre quién sería el artista secreto que iba a ponerle el broche al Vida al día siguiente en La Daurada: los rumores decían que era un “artista internacional que no ha tocado en el festival y empieza por J”. Aunque las primeras quinielas apuntaban a José González (que había tocado la noche anterior en Banyoles), no íbamos bien encaminados…

…y entre rehacer la maleta, hacer el check-out, comer y echar la siesta, movimos cielo y tierra para adivinarlo y decidir si nos quedábamos o no. A media tarde supimos que valdría la pena, y nos fuimos cargados con las maletas hasta La Daurada. Sol de atardecer precioso (y picando fuerte), el mar a nuestra izquierda, una cerveza fresquita, y Josh Rouse y su acústica poniéndole el broche final a 4 días de música y naturaleza; de canciones y polvo; de encuentros y desencuentros; de charlas habidas y por haber; de caras nuevas y caras ya conocidas; y de celebración de una VIDA en la que nunca deberíamos olvidar que sólo existe el AQUÍ y el AHORA…