El pasado miércoles, 6 de julio, el Casino de l’Aliança del Poblenou (y aquí me permitiré de nuevo el paréntesis para reivindicar, por enésima vez, este espacio como uno de los más bonitos y de mejor sonoridad de la Ciutat Comtal y para reclamar más conciertos; sigamos:) se transmutó cerca de un par de horas en una suerte de santuario laico para toda suerte de almas y sensibilidades, en especial para todas aquellas que siguen sufriendo, en pleno siglo XXI, la violencia estructural de esta sociedad esclereotizada, capitalista, normativista y cisheteropatriarcal que sigue criminalizando los espacios de libertad. Durante un par de horas, en un escenario recogido, sobrio como el juego de luces que iluminaba el centro, tres sets de teclados y tres micros y un theremin dispuestos, John Grant y su acompañante, el virtuoso teclista irlandés Cormac Curran, nos acariciaron a través de la penumbra que nos cubría como los brazos amorosos de la familia escogida, como el refugio que consuela del crudo exterior, como ese bálsamo que cura las heridas del cuerpo y de la pena.

Compasión es el término recurrente que usó John Grant en sus intervenciones (al principio escasas, pero más extensas y relajadas a medida que avanzaba el concierto), gran parte de ellas en un castellano impecable; filólogo vocacional y amante de los idiomas que ilustró al respetable con conceptos del islandés, alemán y turco (“Marz”). Y compasión y amor desprenden su arte y sus canciones, aun a pesar de la rabia subyacente en un repertorio que se decantó por la parte más íntima y delicada. Sin nada más (¡y nada menos!) que su savoir faire, su talento y unas letras redondas y rotundas, la portentosa voz barítona de John Grant, segura y hermosa (aun a pesar de los carraspeos previos a las primeras canciones y a ventilarse todo un cartón de caramelos para la garganta durante el concierto) desgranó un repertorio de episodios que nos condujeron por la senda de la redención personal a la catarsis colectiva, al reconocimiento y la empatía, a la comunión y la disidencia. Nada más que teclados y voz, ternura y sentimiento, prosodia y verdad.

Arrancó el concierto con ‘TC and Honeybear’, de su debut ‘Queen of Denmark’ (disco que vertebró buena parte del concierto), para continuar con la reciente ‘The Cruise Room’, del 2021, y ‘It Doesn’t Matter To Him’, poderosa confesión de amor homosexual, momento en el que nos contó cuánto le costó escribirla, y lo difícil que fue para él reconocer su condición y el rechazó que sufrió en su entorno.
Otro de los momentos catárticos fue cuando interpretó ‘Touch and Go’, canción compuesta y dedicada a Chelsea Manning (a quien no conoce y que no sabe siquiera si ha escuchado alguna vez la canción), de quien alabó su valor por transicionar estando en prisión por la filtración de los crímenes de guerra del ejército de los Estados Unidos a través de Wikileaks. Una reflexión que lo llevó a animarnos a ser valientes y con la que nos animó a hacer la peineta a los poderosos.

Antes, ‘Grey Tickles, Black Pressure’ fue una de las pocas paradas en el disco homónimo, pero desnudo de las pulsiones electrónicas de la grabación. Fue desgranando tremendas baladas como ‘Outer Space’, ‘Leonard and Lamb’ y ‘Marz’ hasta llegar a una hermosa y escalofriante ‘Glacier’, solo al piano para, a continuación, desgañitarse con esa canción de despecho que es ‘Queen of Denmark’.
Ya con el público absolutamente entregado, encaró la parte final con ‘Caramel’, ‘Fireflies’ y ese tremendo y juguetón ‘Greatest Motherfucker’, en el que el cantante hizo suyo el escenario y urgió al público a romper la solemnidad, a dejar atrás la timidez y jalear el porcentaje de tiempo durante el que podemos reír, que va del 65 al 25 % a medida que pasa la historia. Sin hacer el teatrillo de los bises (al fin y al cabo, estábamos todos a gusto, entre amigos), bordó ‘Sigourney Weaver’, nos recordó que estamos abocados al apocalipsis con ‘Global Warning’ y se despidió con una hermosa ‘Drug’. La ovación fue de las que nunca mueren y quedan resonando horas y días en las paredes del teatro.

No nos merecemos a semejante artista. O sí. John Grant es alguien necesario, alguien que necesitamos en nuestra vida y que, con su perspicacia y poesía, nos hace cuestionar los cimientos en los que se fraguó (y aún se construye) el pop rock actual, con sus espacios de disidencia, por supuesto, pero aplanados por el bulldozer de la maquinaria capitalista. Nunca nos dejes, John, te lo pido por favor.

Setlist:
- TC & Honeybear
- The Cruise Room
- It Doesn’t Matter to Him
- Where the Dreams Go to Die
- Grey Tickles, Black Pressure
- Touch and Go
- Outer Space
- Leopard and Lamb
- Marz
- Glacier
- Queen of Denmark
- Caramel
- Fireflies
- GMF
- Sigourney Weaver
- Global Warming
- Drug (cover de The Czars)