El Vida Festival faltaba en nuestro currículum vitae. Año tras año sucedía algo que nos impedía disfrutar de un festival del que todo el mundo hablaba maravillas. Este pasado fin de semana, por fin, llegó el momento no sin cierto miedo a que las expectativas creadas fuesen demasiado elevadas. Por suerte, no lo fueron y el Vida Festival nos conquistó desde el primer minuto con su cartel musical, pero sobretodo con su ambiente y sus dimensiones humanas.
Todo en el Vida es relajado. No hay prisas por llegar a los conciertos ni largas ni rápidas caminatas para no perderte a los grupos. Tampoco eternas esperas para comer o para ir al baño. Los organizadores valoran mucho que la gente se sienta a gusto y disfrute del entorno inmejorable que ofrece La Masia d’en Cabanyes de Vilanova i la Geltrú y saben que más gente no significaría más ganancias. Económicas, tal vez. Pero se perdería la magia de un festival por el que este 2017 pasaron unas 32.000 personas. Eso da una media de unos 10.000 espectadores por día. No hace falta decir que en ‘familia’ resulta mucho más agradable escuchar a Fleet Foxes o Devendra Banhart, por citar solo a dos de los artistazos de este año.
Los conciertos suenan igual de bien estés en primera como en última fila. Hay espacio para moverse y, si aparecen las cotorras, uno puede cambiar de ubicación con facilidad. Los muchos rincones que guarda La Masia d’en Cabanyes le otorgan al festival un carácter bucólico del que la mayoría carece. Peces volando en el bosque, espejos que ocultan conciertos privados, barcos de papel y luces que se encienden al caer el sol… Los niños aprenden a ser músicos y la gente sonríe, relajada, con amigos. Amigos que no se pierden por el camino como sucede en otros tantos festivales.
El Vida es un punto de encuentro y no de desencuentro. De los amigos con los que llegas y de los muchos que te vas encontrando casi sin querer con el paso de las horas. De la gente a la que le gusta la música, sin más, y que tanto puede emocionarse con la música de Rosalía y Raül Refree como con el show de Flaming Lips. El único pero, por ponerle uno, es el polvo que se levanta y que a ciertas horas de la noche empieza a notarse en el cuerpo. Especialmente en el escenario La Masia y en La Cabanya. Año tras año, la organización trata de poner remedio, pero es el precio a pagar por ubicarse en plena naturaleza y campo.

Por lo demás, pocos aspectos negativos. Los autobuses que movilizan a la mayoría de los asistentes funcionan de manera eficaz y puntual… y la playa, qué decir de la posibilidad de comenzar el día de festival tomando el solecito y saboreando un buen vermut con amigos en el Paseo Marítimo de Vilanova i la Geltrú. Si, como nosotros, tenéis la suerte de encontrar un apartamento bueno, bonito y barato, seréis unos auténticos winners.
Nosotros tenemos que claro que repetimos en 2018. ¿Vosotros?