He ido a Primavera Sound desde la primera edición en 2001, cuando fui a hacer la crónica para Rocksound atraido por el concierto de Los Planetas y con la curiosidad de experimentar aquél nuevo festival de un único día que empezaba en el Poble Espanyol. Desde siempre lo he sentido como MI FESTIVAL: lo he visto crecer, me he sentido un granito de arena más para que se fuera haciendo mayor y lo he defendido a capa y espada porque suponía un paraíso musical inédito e incomparable; y es que en ningún otro lugar tenías la oportunidad de ver a todas aquellas bandas excitantes y, por aquél entonces, bastante minoritarias. A medida que se iba haciendo más popular y se proyectaba internacionalmente, sentía ese estúpido orgullo de decir que el Primavera era el festival que hacíamos en mi ciudad. En estas 20 ediciones he vivido conciertos memorables, he conocido a gente fantástica y he empalmado noches con amaneceres. Al trabajar en fin de semana, en cada edición he tenido que pedirme una semana de mis vacaciones para poder ir, pero no me importaba gastarla. Falté un año por imposibilidades laborales, pero incluso en aquél otro maldito sábado de 2011 en que tenía que estar en Londres por obligaciones ineludibles de mi trabajo mientras PJ Harvey presentaba ‘Let England Shake’ en el Parc del Fòrum, la noche anterior estuve en el festival disfrutando del retorno de Pulp y las arengas de Jarvis a los indignados. Y siempre me he comprado el abono a ciegas en cuanto ha salido, un año antes del festival y sin saber el cartel de la siguiente edición, con la plena confianza de que me iban a traer a bandas atractivas. Pero este amor incondicional (y quizás naïf) de dos décadas ha empezado a tambalearse seriamente en esta edición de 2022 que acaba de concluir.

Sinceramente, creo que la organización de Primavera Sound debería reflexionar seriamente sobre todo lo que ha ocurrido este año y cuestionarse en lo que se está convirtiendo este festival. Y hablo ya no sólo como periodista, sino tanto o más como asistente que paga su abono y ha sufrido en sus carnes experiencias y sensaciones inéditas hasta la fecha y que me han hecho sentir que, desde mi experiencia personal, este Primavera 2022 ha sido, con muchísima diferencia, el que peor sabor de boca me deja de todos a los que he ido. Lo más preocupante y significativo es que no soy el único que lo ha sentido así, y todo el mundo con el que hablo o con quien he compartido la edición de este año (amigos, conocidos asiduos, periodistas…) coincide, en mayor o menor grado, con esta percepción. Otra cosa, luego, es lo que se diga públicamente. Ya sabemos cómo funcionan las cosas.

La primera razón es evidente: la ultramasificación desmesurada. Que el festival se había hecho gigante lo habíamos comprobado claramente en los últimos años, pero aún así era perfectamente capaz de soportarlo, compensado por la oferta musical. Pero el crecimiento de este año ha sido descomunal y ha convertido la experiencia en un auténtico calvario. Algunas cifras para tomar un poco de perspectiva: por ejemplo, la comparativa entre asistentes a cada día de conciertos en el Parc del Fòrum, a partir de los datos facilitados por la organización en cada caso.
- Jueves 2019: 53.000 espectadores
- Jueves 2022 WK1: 66.000
- Jueves 2022 WK2: 79.000
- Viernes 2019: 60.000 espectadores
- Viernes 2022 WK1: 74.000
- Viernes 2022 WK2: 81.000
- Sábado 2019: 63.000 espectadores
- Sábado 2022 WK1: 80.500
- Sábado 2022 WK2: 80.000
Todas las cifras de asistencia diaria de este año superan el que era récord histórico hasta ahora, el sábado de 2019 (coincidiendo con la visita de Rosalía al festival, en una jornada que ya fue multitudinaria). Y hay casos en que el incremento es de… 26.000 espectadores más en un mismo día! (entre jueves de 2019 y el segundo jueves de este año, en que se incrementó el aforo un 33%, lo que es una barbaridad). Los números totales de este año son monstruosos, con medio millón de personas acumuladas en los 11 días de festival (220.000 el primer fin de semana + 40.200 en el Primavera a la Ciutat + 240.000 el segundo fin de semana). Para que os hagáis un idea que os dé un poco más de perspectiva: si sumamos las 10 primeras ediciones del festival, entre 2001 y 2010, asistieron 484.820 espectadores. En 11 días de 2022 se ha superado la suma de asistentes de las 10 primeras ediciones de festival… y tanto en el primer como el segundo fin de semana de este año, en sólo 3 días se han igualado o superado las cifras que se habían acumulado en 2018 y 2019 en 4 días (esos años las cifras incluian también la jornada gratuita del miércoles).

Lo que podría leerse como un éxito económico o empresarial, ha sido un auténtico sufrimiento a todos los niveles desde la experiencia como asistente. Primero, porque el incremento tan monstruoso de público no vino acompañado de un crecimiento proporcional en los servicios: mirabas alrededor y veías poco personal de información, poco personal en barras o poco personal de seguridad (por ejemplo, absolutamente desbordados ante la masa de gente que esperaba los autobuses de vuelta; eso sí, en la entrada me debieron ver cara de terrorista, porque los registros fueron más que exhaustivos: un día me abrieron hasta el fondo una caja de medicamentos sacándolos todos, y otro me sacaron todos los carnets de la cartera, uno por uno, cosa que me pareció excesiva y al borde de la legalidad). Con este panorama, el primer día hubo colapsos en los accesos a l’Auditori cuando las colas se rompieron y generaron un tapón en la entrada realmente peligroso, con muy poco personal para hacer frente a centenares de personas nerviosas que se dieron cuenta de que entrar al concierto de Kim Gordon sería prácticamente imposible. Fue el famoso primer día en que hicimos colas de, literalmente, una hora para pedir una bebida con la que hidratarnos y acompañar la cena en una cálida jornada de junio (servidor escuchó el concierto íntegro de Yo La Tengo esperando su turno en la barra), o en el que se formaron hileras interminables de gente para rellenar botellas de agua en las 3 únicas fuentes gratuitas que había en todo el recinto para las 66.000 personas allí presentes (al día siguiente doblaron las fuentes hasta 6). Cuesta creer que todo eso no se hubiera previsto, con la experiencia previa de 19 ediciones en las que el festival se había caracterizado por una notable organización (otro de los factores por los que era motivo de orgullo).

Y sí, es cierto que la organización se disculpó y reaccionó al día siguiente, pero hubo situaciones de riesgo derivadas de esta masificación descontrolada que no se pueden tolerar en un evento de tal calibre. Esa masa de gente generó gran dificultad en la movilidad en algunos puntos del recinto, provocando situaciones realmente peligrosas como los tapones en las escaleras de bajada a Mordor, la salida de los dos escenarios grandes cuando acababan los conciertos principales de cada jornada, o el cruce de gente circulando en sentidos opuestos entre el escenario Binance y el Cupra (cuando nos dirigíamos al concierto de Sharon Van Etten había tanta gente yendo y viniendo que avanzabas arrastrado por la masa, prácticamente sin capacidad de dominar tus movimientos, porque no había espacio físico para llevar el control). Llevo 25 años asistiendo a festivales de música, viví el desastre organizativo del primer año de Mad Cool, he asistido a conciertos bajo tormentas (sin ir más lejos, recuerdo bolos de Temples o John Grant en esas condiciones en el Primavera), estoy perfectamente acostumbrado a moverme con agilidad entre multitudes y me conozco perfectamente los rincones del Parc del Fòrum porque he ido desde 2005, pero probablemente desde el derrumbe del escenario en Benicàssim ’97, o incluso desde el último Primavera en el Poble Espanyol, no había tenido sensación de agobio y riesgo en un festival. Este año en el Primavera, eso me ha sucedido en cuatro ocasiones en tan sólo tres días en el Parc del Fòrum.

No hace falta decir que, producto de los puntos anteriores, la experiencia musical ha sido terriblemente incómoda. Por aglomeraciones de gente, por la ya habitual mala educación de muchos asistentes a los que poco parece importarles la música (tertulias a gritos, móviles en alto la mitad del concierto… pero vaya, eso es cuestión de educación y cultura general, y ahí el festival poco puede hacer) o, directamente, porque ha sido imposible ver a artistas que querías por falta de aforo: es el caso de la antes citada Kim Gordon (incomprensible ubicarla en l’Auditori, sabiendo la demanda de gente que iba a querer verla), pero también del caos del Primavera a la Ciutat (más que previsible, eso es cierto). Llevo años yendo a los conciertos en sala del festival y nunca había tenido problemas para entrar, pero lo de este año ha sido una auténtica quimera inhumana. Primero, porque al situarlos entre los dos fines de semana de festival y no en la previa como es habitual, había decenas de miles de personas más ya en la ciudad queriendo asistir. Y segundo, porque esas miles de personas eran público internacional con todo el tiempo libre para hacer tantas horas de cola como hiciera falta, penalizando al público local con obligaciones cotidianas. Los que llevamos al pie del cañón desde hace 21 años y ahora nos sentimos completamente olvidados. Tuvimos la suerte y el acierto de conseguir entradas para algunos conciertos, pero en los que no, presentarte 3 horas antes del inicio de un show y ver que ya era imposible entrar ante las colas interminables resultaba realmente frustrante. Y, por otra parte, recuperar el recinto del Poble Espanyol fue una decisión romántica y nostálgica, pero como pasó en el Fòrum, el recinto resultó totalmente insuficiente en cuanto a servicios, con colas descomunales para ir al baño o pedir algo de beber o de comer (en más de un local, de hecho, nos encontramos que a la hora de la cena ya habían acabado existencias). Errores de previsión incomprensibles e injustificables en un festival que celebra 20 años y que quiera tratar mínimamente bien a su público.

Y en relación a esto último, otro punto que ha resultado decisivo para esta percepción negativa que nunca antes había sentido y con el que he coincidido con mucha gente: el porcentaje de público internacional. Oficialmente, desde el festival nos explican que ha sido del 65%, si bien la sensación sobre el terreno era de una cifra mucho mayor (y no es una percepción personal; es algo en lo que coincide el 100% de personas con las que hemos comentado este tema, y no son ni dos ni tres). Sea como sea, unas 325.000 personas de 149 nacionalidades distintas no serían moco de pavo. Fuera por el hecho de que resultaba complicadísimo escuchar catalán o castellano a tu alrededor, de que los habituales camareros portugueses no te entendían cuando pedías (el tema de los famosos camareros traídos desde Portugal también daría para otro artículo entero), de que todo este ejército foráneo de gente ociosa sin nada que hacer nos dejó fuera de conciertos que queríamos ver… el sentimiento ha sido de que el público local sobramos cada vez más. Nos sentimos como invitad@s de piedra en una fiesta en nuestra propia casa en la que no somos bienvenid@s, porque ya no está dirigida a nosotr@s. Ya no es nuestro festival. Nos lo han quitado y dudo de que nos lo vayan a devolver, porque estos procesos nunca tienen vuelta atrás. Días antes de empezar esta última edición, y en plena campaña de presión hacia l’Ajuntament de Barcelona (o quizás debería concretar más y decir hacia el PSC…), el responsable del Primavera Sound, Gabi Ruiz, decía en una entrevista en la radio del festival que se siente más querido por el público de Madrid que por el de Barcelona. “Quizás debería preguntarse por qué cada vez menos gente de Barcelona quiere repetir en Primavera Sound y por qué cada vez más gente de la ciudad lo quiere bien lejos“, replicaba una amiga estos días en el festival, mientras comentábamos la jugada…

Pero lo que importa son los 349 millones de euros de impacto económico en la ciudad, porque esto ya no de va de música ni de cultura. Esto va de capitalismo en su máxima expresión. De ser el Mobile World Congress de la música. Esto ya no va de traer a Sonic Youth, Moldy Peaches o a los nuevos Franz Ferdinand. Que sí, que los traerán igual, pero sobre todo que no se escapen Dua Lipa, Rosalía, J Balvin o cualquier artista que permita vender miles de abonos por su sola presencia, aunque no tengan nada que ver con el espíritu original del festival que empezó a pervertirse en 2019, ya con el fondo americano The Yucaipa Companies habiendo comprado el 29% de las acciones. Y ahí reside el verdadero problema de que el festival se haya abierto estilísticamente de esta manera, sin filtro alguno: a mí no me importaría que una diva del pop esté actuando en Mordor mientras yo pueda ver a esa misma hora a Working Men’s Club en un escenario más pequeño; el problema es que este tipo de artistas ultracomerciales arrastran de por sí un excedente de 20.000 personas más que sólo vienen por ellas y convierten el recinto en impracticable por exceso de aforo (y no me sirve el argumento de que el recinto podría albergar a 95.000 personas diarias, porque no se trata de aspirar a cantidades, sinó a la calidad mínima exigible de la experiencia, a que haya servicios en proporción y también buena movilidad y seguridad máxima). Está claro que todo es cuestión de criterios y debates, pero de la misma manera que creo que el Festival de Sitges no es el contexto para exhibir una comedia romántica azucarada que no pinta nada entre zombies, vampiros y ciencia ficción, tampoco considero que el sitio de Dua Lipa y artistas similares sea un festival de música presuntamente independiente. Pero esto va de convertirse en el Coachella catalán (o catalano-madrileño a partir de 2023). Dudo de que ninguno de los asistentes a aquellas primeras ediciones se hubiera imaginado ni hubiera querido que aquél festival inquieto, diferente, valiente, exigente… acabara convirtiéndose en esta mala copia desvirtuada y desmesurada que es hoy. Yo, desde luego, no.

Y es que no hace falta ser Einstein para darse cuenta de que el Primavera Sound, con todas sus múltiples virtudes, está sufriendo desde hace un tiempo los mismos males y la misma degradación que Barcelona, la ciudad que le vio nacer: masificación, gentrificación y total atención y dependencia del turismo, aunque eso suponga inconvenientes o perjuicios a la gente que vive aquí el resto del año (sean los vecinos, o seamos en este caso l@s que ya asistíamos al festival sin importarnos su tamaño o prestigio internacional y que ahora nos sentimos arrinconados, como si quisieran expulsarnos definitivamente). Aunque eso comporte precarización laboral o incivismo, o choque con la tan cacareada sostenibilidad del festival y con la necesidad de tomar medidas urgentes contra esa emergencia climática con la que tanto nos llenamos la boca sin mover ni un dedo. ¿Cuántos aviones hacen falta para traer y devolver a sus puntos de origen a 325.000 personas de 149 nacionalidades…? ¿De verdad éste es el modelo de festival al que aspirábamos? ¿De verdad ésta es la ciudad en la que queremos vivir? ¿Continuamos cayendo en los mismos errores pre-pandémicos? ¿Dónde está toda aquella palabrería de que de toda esta pesadilla de los 2 últimos años saldríamos mejores y cambiaríamos cosas que estábamos haciendo mal…?

La vida es realmente curiosa: repasando datos de ediciones anteriores, me encuentro con que en la crónica del último día de la edición anterior, en 2019, escribía que el Primavera Sound “continúa siendo un festín para melómanos del que parece difícil que lleguemos a cansarnos algún día“. Una frase que sentía tal cual en aquél momento y que me explota ahora mismo en la cara, porque este año he acabado realmente agotado, y no sólo físicamente. Cuando finalizó mi último día en el festival me sentí francamente aliviado. Y, por supuesto, he disfrutado musicalmente de grandes momentos, como cada año, porqué el cartel ha sido tan jugoso y espectacular como es habitual (a pesar de la dolorosa baja de Bikini Kill): desde Nick Cave, Pavement o Beck a Tropical Fuck Storm, Otoboke Beaver, Jehnny Beth o Mavis Staples, con la que me cayó la lagrimilla y pensé “cabrones, lo habéis vuelto a hacer; por momentos como éste llevo viniendo 20 años a este festival“. Pero lo cierto es que por primera vez en mi vida acabo el Primavera con malas sensaciones. Muy malas, de hecho. Cabreado y decepcionado, como el que siente un doloroso desengaño con quien una vez le enamoró.

“Jo ja no torno més” ha sido una de las frases que más he escuchado estos días entre amigos y conocidos. Y quizás en cuanto salgan los abonos de 2023 vuelva a caer, no vaya a ser que el año que viene traigan a PJ Harvey otra vez. Pero, a día de hoy, y esto es algo que no me había pasado nunca, tampoco tengo claro que vaya a volver. Ganas, ahora mismo, ninguna. Lo que tenía que ser la gran fiesta del 20 aniversario del Primavera Sound, para much@s puede haber representado su funeral. Y duele, de verdad que duele…
Els grans articles són aquells que:
1) Fan que els llegeixis fins al final tot i que potser no estan en la teva àrea d’interès principal.
2) No vols que s’acabin (no m’acostuma a passar mai)
3) Estan escrits de manera rigorosa i crítica al mateix temps (costa de veure rigorositat en molts articles avui dia)
4) Són capaços d’anar més enllà de l’anècdota i posar una mirada profunda a temes que potser puguin no semblar-ho.
Bé, i podria seguir enumerant elements que fan que un article sigui un GRAN article, i aquest de l’Ignasi els aniria complint tranquil·lament.
M’ha fet sentir com si jo també fos un fan del Primavera Sound (i no és el cas). ENHORABONA!
Moltíssimes gràcies, Àlex! 🙂
Yo he ido a unas 10 ediciones y recuerdo que en la primera flipé con la buena organización, lo cómodo que era el recinto, y la buena educación del público del primavera en comparación con otros festivales como el FIB. Esta diferencia se ha ido diluyendo poco a poco, pero lo de este año ya ha sido pegarnos una patada a los melómanos nacionales y venderse a extranjeros e Instagrames. Sólo he disfrutado de 1 concierto en 3 días, el de Mogwai y porque los guiris pasan y mucha gente ni se había enterado. Cosas que habría disfrutado otros años como Nick Cave o Beck, fueron un sufrimiento que vi a 500m del escenario, con gente que no dejaba de hablar y pésima calidad de sonido que llegaba amortiguado. A Kim Gordon no pude entrar, y a Low, llegando 1h antes lo tuve que ver en el gallinero mientras una chica borracha vomitaba en su asiento y sus amigas se reían. Una pena, espero que otros festivales como BBK si se mantengan dentro de unos parámetros razonables, porque a algo así, yo tampoco vuelvo.
Muy de acuerdo. Como hemos recomendado ya en varias ocasiones, vale mucho la pena leer en libro de ‘Macrofestivales’ de Nando Cruz en que reflexiona y analiza muchas de estas cosas que hemos ido detetctando todos en los últimos años, tanto en el Primavera como en otros festivales.
Todo, absolutamente todo lo que escribes es lo que sentimos mis amigos y yo.
Estoy enfadada y triste, se lo han cargado y no nos han podido tratar peor a todos los que llevamos asistiendo al festival casi los 20 años que tiene
Una pena
Pues sí. Lamentablemente es un sentimiento muy común que nos hemos ido encontrando cada vez más en los últimos años. Siendo realistas, aquellos primeros Primavera Sound difícilmente vuelvan nunca más. A partir de ahí cada unx tiene que poner en la balanza si le sigue compensando ver en las condiciones actuales a tantísimxs artistas increíbles y que difícilmente vengan en sala, o si ya no se está dispuesto a aguantar según qué cosas. Dos opciones igual de legítimas y comprensibles. Muchas gracias por tu comentario, y a seguir disfrutando de la música, sea en el Primavera, en otros festivales o en las salas (que son las que más nos necesitan, y donde mejor se disfruta la música en vivo con mucha diferencia)!