Empecemos con el espóiler: salimos de la sala Upload encantados por la generosidad que derrochó la banda de Ron Gallo. Pocas veces recuerdo haber visto una banda tan feliz en el escenario. Cuáles fueron las circunstancias de que así fuese este lunes en la Upload, la verdad, no os lo podría asegurar (ni yo ni nadie) al cien por ciento. La mitología y el chauvinismo (y el márketing populista baratucho de las bandas que dicen aquello de *ponga aquí el nombre de su ciudad* is the best city in the world) nos ha llenado la mente de tropos trilladísimos: que si el público de la ciudad es esto o aquello, que si el clima, que si la energía, que si la paella (que sabemos que comieron)… Paparruchas. Cuando la banda está bien engranada, cuando son puro músculo y metrónomo, cuando se entienden tan bien que se comunican con miradas, gestos, cuando la sonrisa está siempre presente, cuando no te escatiman nada y te vienen de frente sabes que el talento y el trabajo previo (y más el trabajo que el talento: en la frase que la inspiración te pille trabajando, inspiración y talento son intercambiables) han sido fundamentales en esta noche y en todas las noches que vendrán. Así que digámoslo alto y claro: millones de gracias a la banda de Ron Gallo, a la promotora y a la sala Upload por hacer de un lunes cualquiera de mayo un día muy especial. ¡Un lunes! (Aunque sea el día favorito del jefe de este bonito tinglado.)

Pero dejémonos de xerrameca y volvamos al inicio, en este caso a JaviJavier, banda que acudió «directa del bar Almirall» a abrir para el cantante de Filadelfia, y que tenía a la fiel parroquia del Raval entregada a tope en la pista de baile. Nos los perdimos en el Afores Fest que se celebró en La Capsa del Prat a causa de otros compromisos (festival al que esperamos acudir en la próxima edición), pero nos resarcimos con creces en este concierto. Desparpajo y transparencia en pequeñas y raudas pastillas de sonoridad garajera y alma pop. Trece temas urgentes, joviales, de estructura sencilla pero tremendamente efectiva, sin virtuosismos ni falta que hacían; las ganas y el ímpetu ya lo compensaban con creces. Arrancaron con tres de las cinco publicadas en el EP homónimo (“Ya no”, “Muñeco de cartón”, “Nunca más otra vez”) y ofrecieron un repertorio repleto de más píldoras refrescante que, ojalá, se materialicen en vinilo o casete en breve.

FOREGROUND MUSIC, el cuarto largo de Ron Gallo, condensa y sublima estos diez años de carrera en solitario con nervio y también con urgencia, pero esa urgencia que provoca la ansiedad del mundo en alocado movimiento y la constancia de la fragilidad que nos ha legado la pandemia. La coproducción de Chiara D’Anzieri, quien también cofirma el single “Anything But This”, ha ayudado a dar forma a un disco más valiente y compacto, en el que la mordacidad y la emoción juegan al rondó, con versos que Gallo dispara en ráfagas de fina (como cuchillas) ironía y con toneladas de empatía. Abrasiva fue la apertura con “Entitled Man”, dardo repleto de quinina contra la masculinidad y los falsos “aliados”, para poner el fuzz a tope, subir los diales hasta aumentar la temperatura de la sala y aplicar la distorsión al micro para bifurcar la voz en cien canales con “Foreground Music” y la incisiva “Big Truck Energy”, single dedicado a toda esa energía machirula que circula en esos mastodontes de la carretera, arma en ristre, buscando bronca y arrastrando al mundo a su destrucción física (polución) y moral (extrema derecha). Pero, aun con las olas más electrizantes y los momentos más noise, el sustrato pop siempre se mantuvo en primera línea, en ese foreground, con hooks imprevisibles, cadencias rompedoras y versos libres. Nervio puro y duro, una performance de poeta locuaz, de metáforas con olor a asfalto y a rabia y a ingenio, punk primigenio a manos de un genio juguetón, para quien el virtuosismo, esta vez sí, está puesto al servicio del mensaje, forma y fondo en armonía. Como bien dice la canción, “At Least I’m Dancing”, bailamos y purgamos el espíritu.

Pero no solo de ruido se nutre el arte: el medio tiempo melancólico de “Yucca Valley Marshalls”, “All the Punks are Domesticated” y la desoladora “I Loved Someone Buried Deep Inside You”, cuya solemnidad impuso un silencio catedralicio en la sala, fueron claros ejemplos de una paleta sónica que parecía infinita, y también de la versatilidad de la banda. Chiara D’Anzieri, multiinstrumentista italiana formada en conservatorio y conocida por su carrera en solitario con el nombre Santa Chiara, nos deslumbro con el dominio de las cuatro cuerdas y la complicidad tanto con su pareja como con el también productor Josh Aaron en los parches y la segunda guitarra de Nelson Antonio Espinal. La compenetración funcionaba a todos los niveles: las sonrisas, los gestos, los solos, los coros perfectos de los cuatro músicos, la sección rítmica impecable y las guitarras en perpetuo diálogo, la segunda como lugarteniente infalible cuando Ron se arremangaba y sacaba oro de los solos. Y la versatilidad para cambiar de registro, del garaje al punk al grim al pop y hasta al latin jazz sin dejar de sonar como banda conjuntada, fue deslumbrante. Hubo momentos de psicodelia desatada, con Chiara haciendo slides imposibles con el bajo; otros momentos muy físicos, casi de equilibrista, con Chiara de rodillas y Ron apuntándola con la guitarra mientras sacudía la guitarra vibratos que sonaban como cuchilladas; y hubo otros de locura desatada, como cuando Ron agarró un botellín de agua y empezó a tocar la guitarra con él.

A medida que iban cayendo temas clásicos (“Put the Kids to Bed”, “Kill the Medicine Man”) el tiempo parecía detenerse y la comunión con el público alcanzó el paroxismo con “Young Lady, You’re Scaring Me”, con la banda mezclándose en la pista con el respetable. La alegría era palpable, absoluta, con sonrisas por doquier, y retroalimentación entre ambos lados del escenario. El público logró forzar al final un segundo bis, una breve jam improvisada con el que la banda agradeció la entrega del público, público que, en definitiva, agradecía a su vez la entrega, versatilidad, energía, inquietud, talento y tremenda generosidad de la banda. La magia no existe, pero, entre todos, firmaron una noche mágica.