
El Primavera Sound 2023 empezó este lunes con los primeros conciertos del Primavera A La Ciutat en cuatro salas de Barcelona: en el centro, la atención se focalizó en el Apolo. En la sala grande, con actuaciones tan apabullantes como la del colectivo canadiense Crack Cloud. Si solo has podido aplaudir tres o cuatro veces es porque no te dejan hueco en una exploración/deconstrucción/reformulación del art rock al que fuerzan, sin deformar, jugando con la forma y, aún así, pegando retales pop como en un patchwork de referencias del postpunk más intelectual. Sí, Talking Heads y Devo y B-52s, pero también Whitney, latín jazz y pop. Progresiones armónicas exigentes y sonido abrasivo como arena frotando el cristal. Fuerza, rabia y determinación en un gran arranque. Calibro 35 ha ofrecido una de las actuaciones más singulares que recuerde. Sus composiciones, de virtuosismo heredero del rock clásico tipo Cream, son homenajes a la obra de Ennio Morricone y al cine de los setenta, cual banda sonora de películas palomiteras. Aun lo peculiar, a priori, de la propuesta, la solidez y el talento de estos cuatro músicos nos ha llevado a momentos muy cinéticos y cinemáticos, a veladas en cines de doble sesión o noches de sábado, gánsteres y blaxplotation, y no pocos momentos de subidón cuando el teclista hacía doblete con la flauta o el saxofón.

«Más que postpunk, Molchat Doma suenan ochenteros». «Bueno, es que el postpunk es de los ochenta». Este diálogo resume muy bien el concierto de los bielorrusos, una combinación entre clásicos oscuritos como Pink Turns Blue y las actuaciones de Bielorrusia en Eurovisión antes de que los vetasen por la guerra. Han ofrecido un concierto de textura marcial, con las bases electrónicas muy en primer plano, predominando sobre la instrumentación, y con la voz gutural del cantante como ancla orgánica en medio de un alma robótica, y realzados por una iluminación sobria y elegante. A medida que iban transcurriendo el concierto, han ido afianzándose en el escenario. Cabe destacar la energía que desprendía el bajista, que él solo podía haber generado la energía del concierto de Coldplay. El ambiente se ha ido caldeando, aun a pesar de la barrera idiomática, hasta cerrar con algunos pogos en el público.
Y ya después viene lo de L’Éclair, con la sala a medio gas pero con más espacio para bailar. Imposible no mover el bullate con el desparpajo de este quinteto de acid groove, de guateque sideral o de psicodelia jazz, no sé, escuchen sus discos o, mejor, vaya a bailar con ellos y usted elija. Aunque bruscos y precipitados en algunos momentos, algunas transiciones quebradas, el groove de la base rítmica y percusión ha sido de-li-cio-so. Sobre él, la melodía podía respirar con absoluta confianza y dispersarse por el cosmos. Ideal para pinchar en próximas fiestas indielovers. En la sala pequeña, protagonismo femenino, con Saya Gray, las guitarras de las holandesas Pip Blom (les descubríamos en 2018 en esta entrevista), el electroclash con espíritu punk de las cumgirl8, o el punk frenético de las galesas Panic Shack (a quién conocerás si sigues nuestras playlists mensuales o nuestro podcast de novedades ‘¡Por Fin Es Lunes!’).


El otro centro de atención del primer día del Primavera estuvo en Poblenou, en las dos salas principales de Razzmatazz: en la grande, abrieron los locales Heather; les siguieron unos vecinos de los Sonics, la banda de Tacoma Enumclaw, con una seductora mezcla de melodías y chispazos eléctricos, y con pogos y descensos de la banda a la zona del público; otras clásicas si nos sigues, las londinenses Goat Girl, hicieron brillar sus guitarras; y otra banda femenina, Los Bitchos, levantó al público, si bien sus ritmos de cumbia y surf instrumental se nos acabaron haciendo algo monótonos y lineales. Todo lo contrario que el huracán Black Midi, grandes triunfadores de la noche en esta sala: llamémoslo math-rock, free-rock o lo-que-os-dé-la-gana-rock, pero los británicos fueron una trituradora llena de matices, desde el jazz al cabaret, el metal o el rock alternativo, inarmónicamente precisos y cerebralmente alocados. Únicos e irrepetibles, como lo fueron los Primus de 1994 o los Queens Of The Stone Age de 2005. Sin dejar espacio a las molestas conversaciones y postureos habituales en el festival, el público se metió de lleno en el concierto, con pogos violentos y sonrisas de satisfacción. Sangre, sudor y lágrimas. Sección rítmica con bajo (Cameron Picton) y batería (Morgan Simpson) de nivel superlativo, y Geordie Greep dirigiendo los tempos musicales y emocionales como un Von Karajan del infierno (sí, tocaron ‘Welcome To Hell’). Un maldito predicador hipnótico que lleva a la gente a una dulce perdición. El enorme placer de pillar a una banda en su momento perfecto en un concierto redondo desde la inicial ‘953’ a la final ‘Magician’.

Y en Razzmatazz 2, la jornada se completó con la voz de la murciana Mavica, el pop con tintes psicodélicos de los británicos The Goa Express (también te los hemos puesto un par de veces en el podcast), o los esperadísimos Arab Strap. Aidan Moffat y Malcolm Middleton le pusieron clase y crudeza a una noche para abrir el festín musical de un festival que, por primera vez en mucho tiempo, comienza sin haber agotado abonos ni entradas de día.
*Crónica elaborada con la colaboración inestimable de Álex Vidal desde Apolo y Rubén García desde Razzmatazz.