Tras la jornada inaugural en el Poble Espanyol del miércoles, el Primavera Sound 2022 inauguró el recinto del Parc del Fòrum, 3 años después. Y la jornada del jueves podría definirse de forma muy resumida como ultramasificada (mucho más que en cualquier edición anterior del festival), y organizativamente caótica, con unos servicios y un personal completamente insuficientes para poder asumir la masa de gente reunida en el Fòrum. Algo que acabó desluciendo la parte musical, porque cada concierto acabó siendo un pequeño calvario para los que vamos al festival a disfrutar de la música.


El primer mal síntoma lo comprobamos nada más legar, poco antes de las 5 de la tarde: cola descomunal a pleno sol para intentar acceder a l’Auditori, para el concierto de una Kim Gordon que ni entendemos porque tocó a esas horas, ni tampoco porque lo hizo en un espacio con aforo limitado, sabiendo que era uno de los principales reclamos de la jornada. Lo que era una cola ordenada al principio se convirtió en anarquía a 10 minutos de empezar el show, cuando gran parte de la masa decidió pasar de los que habían llegado antes aprovechando el poquísimo personal del festival allí presente y la falta de unas vallas que ayudaran a ordenar y respetar el orden de llegada. Personalmente desistí ante tal panorama, pero me dicen amigos que pudieron entrar que fue un buen show, con actitud por parte de la ex de Sonic Youth y una buena banda joven de acompañamiento.

Afortunadamente el acceso al recinto del Parc del Fòrum sí que fue rápido, y optamos por otra artista femenina para atenuar la primera decepción de la tarde: Faye Webster nos regaló un bello show de indie folk con toques de country, con canciones como ‘Better Distractions’, ‘I Know I’m Funny Ha Ha’, ‘In A Good Way’ o ‘Jonny’. Y hasta hizo salir a su madre, que la veía desde el lateral del escenario. Ese fue también el momento de nuestra primera toma de contacto con unas barras saturadísimas de gente, y que más adelante acumularon colas de hasta… ¡una hora! para pedir una bebida (de hecho, a la hora de cenar, entre pedir comida y pedir bebida nos perdimos la totalidad del show de Yo La Tengo…). Falta total de previsión y de personal se unieron a la mala gestión de los créditos regalados a los que compramos el abono en 2019 o 2020, que sólo se pueden utilizar en barras concretas (y en mi caso, el sistema ni funcionó. Veremos mañana…).

Ante el cabreo acumulado, nos vino muy bien el descerebrado show de Les Savy Fav, con un Tim Harrington desbocado: bajó del escenario varias veces, se pegó larguísimos paseos por todos los rincones con un cable de micro larguísimo (los pobres técnicos de sonido sufrieron de lo lindo), se subió en una tarima para que los fans le llevaran como si fuera un altar, y acabo en calzoncillos rosas, sangrando de una rodilla y lamiendo su propia sangre a ritmos de hardcore y punk, y con esos himnos que me recuerdan a los Pixies como ‘Let’s Get Out Of Here’.

Costó salir del atasco formado a la salida, y ante la total imposibilidad de bajar al escenario del anfiteatro por la escaleras por la masa de gente acumulada, tuvimos que rodear completamente el escenario por el costado e irnos metiendo poco a poco para poder ver a Dinosaur Jr. Nos costó unas cuantas canciones ver realmente a J Mascis, Lou Barlow y Murph sin tener que mirar a las pantallas, pero al final coneguimos disfrutar del torbellino sónico del trío rematado con la habitual versión del ‘Just Like Heaven’ de The Cure y, por supuesto, ‘Freak Scene’.

Y si fue difícil acceder a este concierto, llegar al escenario de Sharon Van Etten fue una odisea. Tapón total, gente nerviosa, empujones… cuando al final encontramos un hueco para poder meternos un poco, las habituales tertulias de gente a la que le importan tres pepinos los conciertos. Cuando estábamos al borde del homicidio impulsivo, no fuimos metiendo un poco para poder llegar a escucharla en condiciones, y como mínimo disfrutar de la parte final, con las canciones de su reciente disco ‘We’ve Been Going About This All Wrong’ o ya clásicos como ‘Seventeen’.

Llegó el momento de los cabezas de cartel del día, no sin antes un nuevo tapón de gente desplazándose hacia Mordor. Este año con los dos escenarios grandes puestos en paralelo (uno de los pocos aciertos del día), lo que nos permitió disfrutar de Tame Impala mientras ganábamos posiciones para Pavement. Kevin Parker insistió en diferentes ocasiones de la ilusión que le hacía volver a Barcelona, y lo demostró con un set donde prácticamente no faltó ninguna de la canciones imprescindibles de su trayectoria: desde ‘Elephant’ o ‘Feels Like We Only Go Backwards’, a ‘Let it Happen’, ‘Eventually’ o ‘The Less I Know The Better’, apoyado por un espectacular juego de luces y visuales. Y el detallazo de la jornada: en el bis, un día después de anunciarse la cancelación de los Strokes, se marcaron un ‘Last Nite’, señalando que seguramente sea la única vez que lo hagan. Thanks, Kevin!

Pavement volvían al Primavera tras 12 años de ausencia, y pisaban Barcelona 30 años después de su primer concierto en la ciudad. Y lo hicieron en plena forma, con un concierto redondo. Probablemente el que más hemos disfrutado en estas dos primeras jornadas: los de Stephen Malkmus repasaron de manera generosa su brillantísima trayectoria, también apoyados por visuales y un público entregado desde la primera canción. Cayeron ‘Silence Kid’, ‘Gold Soundz’, ‘Spit On A Stranger’, ‘Trigger Cut’, la celebradísima ‘Cut Your Hair’, ‘Two States’, ‘Grounded’, ‘Range LIfe’, ‘Shady Lane’, ‘Major Leagues’… tocaron por primera vez en 12 años ‘Stereo’ o ‘Zurich Is Stained’, y acabaron con versión del ‘Witchi Tia To’ de Jim Pepper. A pesar de los apretujones y los agujeros y desniveles del suelo, un concierto fantástico.

Y antes de irnos, nos pasamos por los shows de un par de bandas que nos hacía especial gracia ver (a falta de Gustaf, por culpa de los famosos solapes): el math rock de ritmos rotos de Black Midi, y el bolazo de las japonesas Otoboke Beaver (de las que te hemos hablado varias veces en el podcast ‘¡Por Fin Es Lunes!’), que se marcaron una salvajada de bolo. Probablemente, de lo más punk que se haya visto en años en el festival. A la hora de salir, deja vu de cuando entrábamos 11 horas antes, con un caos absoluto con los autobuses lanzadera: cola larguísima no respetada por una masa nerviosa y agotada, ante el mínimo número de personal de seguridad e información. Y cuando al final conseguimos subirnos a uno, durante el recorrido hacia el centro un enorme éxodo de gente intentando volver a la ciudad de la única manera posible: caminando. Increíble y totalmente incomprensible que el metro no funcione toda la noche habiendo un festival con miles de personas. Después de 20 ediciones, quizás la lección ya debería estar aprendida.