Esto no es ninguna crónica de la primera edición del Secret Vida. Más bien sería una contracrónica, o un artículo de opinión. Asistía al festival organizado por el Vida Festival como espectador, con el único ánimo de disfrutar los conciertos sin tener que preocuparme de reseñarlos ni tomar apuntes para hacer luego la crónica. Pero por el hecho diferencial de este festival con cartel secreto, tanto público como organización hemos vivido experiencias inéditas e intensas que me han generado muchas reflexiones. Y como en este espacio en la red que es la web de Indie Lovers tenemos la enorme suerte de escribir cuando y como queremos, sin tener que rendir más cuentas que ante nuestra propia conciencia y criterio periodístico, me apetecía compartirlas. Y al que le apetezca leerlas, bien. Y al que no también. Y quien esté de acuerdo, perfecto. Y quien no, pues ídem de ídem.

Este formato de festivales musicales donde no se sabe el cartel ya funciona en países como Alemania, y en España también hay experiencias similares como el Sinsal gallego o el Son Posidonia Formentera. Pero seguramente el hecho de que una marca con un carácter ya muy definido y consolidado como el Vida Festival se atreviera a experimentar con él generó una expectación mucho mayor. Primero, porque han sabido hacer chup-chup en medios y redes para atraer al público más curioso e inquieto. Y segundo, porque ese público ya sabe de qué palo va el Vida. Y sabiendo que en las 5 ediciones celebradas hasta ahora el festival de Vilanova i la Geltrú ha traído a nombres de la talla de Wilco, Franz Ferdinand, St. Vincent, Divine Comedy, Father John Misty, The War On Drugs, Yo La Tengo, Primal Scream, Flaming Lips, Devendra Banhart, Rufus Wainwright, Calexico, Fleet Foxes, Lana Del Rey, Los Planetas o la ahora tan de moda Rosalía, todos esperábamos algún bombazo de nivel Champions en el cartel. “Si quieren darle continuidad al festival, tienen que traer a alguien muy gordo para que el año que viene la gente repita, y los que no han venido sí que lo hagan en 2019“, nos repetíamos como un mantra. Y quizás en ese aspecto no ha cumplido del todo las muchas expectativas y quinielas generadas.

Y ojo, que mirando al cartel final, me parece que hemos podido disfrutar de una oferta variada, arriesgada y más que interesante (personalmente, la he disfrutado mucho). Los dos nombres internacionales con más caché, José González y Temples (gratísima sorpresa verles allí; completamente inesperado), nos regalaron sendos shows de gran intensidad. Lo del Niño De Elche fue espectacular, hipnótico y muy emocional (probablemente el concierto más redondo del festival; y conseguir el silencio sepulcral del público fue un auténtico milagro). De formas muy distintas, los Mambo Jambo (enormes!), La Casa Azul o Delorean consiguieron levantar a la gente bailando hasta el frenesí (haciendo temblar literalmente los cimientos del edificio hasta provocarnos el yuyu y la gota de sudor frío. Parecía que aquello se vendría literalmente abajo). Propuestas experimentales y arriesgadas como la de la violinista de Manos de Topo Sara Fontán y el batería de Za! Edi Pou nos dejaron con la boca abierta. A pesar del cabreo por los problemas iniciales con sus monitores y de la actitud irrespetuosa de gran parte del público, Tamino me dejó con muchas ganas de escucharle en disco. Y disfrutamos también de Pavvla, de Gruff Rhys, de Franc Moody… pero por mucho que nos gustasen, es cierto que siguen siendo bandas con un público muy concreto y que no llegarán igual al melómano insaciable, al joven oyente de Radio 3, o a los pudientes de americana y corbata y de vestidos de lentejuelas que también poblaban el variopinto ecosistema de la Finca Mas Solers. Por momentos, no sabías si estabas en un festival de música independiente o en el del Castell de Peralada.

Y esto enlaza con algunas de las cosas que, en mi opinión (y la de todo el mundo con quien hablé, que fue bastante gente), serían mejorables para próximas ediciones. Una, básica y flagrante: los precios. Cobrar 4 euros por una cerveza (servida en botella de vidrio, algo nada frecuente en festivales), 5 por un bikini, y 8 por unos bocadillos pequeños, fríos e insípidos es algo impropio de un festival de la marca Vida que cuida tanto los detalles y a su público. Y seguramente si el catering hubiera corrido directamente a cargo del festival, y si se hubiera aprovechado el espacio de la entrada para poner los food trucks ya habituales en el festival de verano, la oferta habría sido más rica y variada, y con precios más ajustados. Además, servidor se encontró el segundo día con que los bikinis se agotaron y el ticket que había comprado al entrar no servía para nada, aunque tras mucho batallar, conseguí que me devolvieran el dinero (el hambre no la pude saciar hasta la vuelta al apartamento). El número de tickets a la venta no puede ser nunca mayor que la oferta de comida disponible.

Otra queja que escuché en más de una ocasión fue el horario de los buses, si bien entiendo que quería provocar que nadie se perdiera ni un sólo concierto desde el inicio de cada una de las dos jornadas. Pero seguramente el gran problema que sufrimos muchos en estos dos días de intrigantes emociones sonoras fue el viejo problema de este país de incívicos: de todos es sobradamente conocida la mala educación de gran parte de los asistentes a conciertos y festivales incapaces de respetar a artistas y resto de público con algo incuestionable en otros espectáculos como el cine o el teatro: el silencio. Normalmente es un problema de postureo inversamente proporcional al interés real por la música. Suelen ser los que se preocupan más de enseñar en redes que están en tal concierto o festival que de disfrutar la experiencia in situ. Las redes sociales son el espejo del alma en el siglo XXI. Una cosa es estar en una sala con música enlatada y conversar animadamente con tus amigos; otra muy distinta es tener delante a un artista que está tocando para ti (y para el resto de la audiencia). Una cosa es hacer algún comentario en voz baja entre canción y canción; otra es sudar completamente de lo que allí está pasando e importarte tres pepinos la interferencia sonora y anímica-nerviosa que provoca en el resto de la sala tu tertulia de bar de generosos decibelios. Sobretodo en los conciertos más intimistas e introspectivos. Lo que vendría a llamarse respeto por los demás. Civismo. Sentido Común.

Y esto, evidentemente, no es un problema de la organización, sino de algunos asistentes. Pero me lleva a hacerme una pregunta de cara a futuras ediciones: teniendo en cuenta este problema de educación generalizada, y en un festival donde si el grupo con el que te sorprenden no logra captar tu atención, ¿es una sala cerrada con una acústica tan característica como la de Finca Mas Solers (especialmente en la sala Grace) el espacio más adecuado para hacer conciertos? Y sin dejar la sala Grace, otro handicap para captar la atención del público es un escenario tan bajo en el que si no estás en primeras filas no ves al artista. El lugar era increíble y precioso, ¿pero era el más funcional para este tipo de eventos? Sigo sin tener clara la respuesta. Lo que tengo claro es que si me fui a medio concierto del show de Ferran Palau no fue porqué no me gustara (al contrario), sino porqué o me iba o acababa sacando la recortada y terminaba el Secret Vida con una pena de 400 años y un día de prisión. Las quejas y/o ironías de algunos artistas tenían toda la razón de ser. Especialmente el primer día, y en esos primeros cuatro conciertos de aire más reposado, aquello se convirtió en una batalla entre los asistentes que reclamaban silencio y los que su escaso riego sanguíneo no les permitía darse cuenta de que también podían irse a la otra sala o al exterior para charlar tranquilamente de lo que quisieran. Shhhhhhhhhhhhecret Vida 2018.

El balance general que hemos hecho con los amigos allí presentes podría resumirse en un “sí, pero…”. Y por supuesto, ésta es una percepción que puede haber sido completamente distinta en otros casos. Me limito a escribir lo que siento y lo que yo viví. Y de la misma manera que digo esto, sé perfectamente el cariño, la ambición y el inconformismo con el que monta todas sus movidas el equipo del Vida festival, y estoy convencido de que son perfectamente conscientes de las cosas que han funcionado y las que no. Tienen sobrada experiencia en este campo del que yo sólo puedo hablar desde fuera, como espectador, a partir de lo que vivimos y sentimos nosotros allí. No lo olvidemos, era la primera edición de un festival arriesgado y valiente, y eso también hay que valorarlo. La idea me sigue pareciendo genial y excitante. El secretismo extremo con el que lo han llevado todo ha sido perfecto, sin ninguna fisura ni filtración. Y el juego de los pictogramas y las pistas ha sido extremadamente divertido, estimulante y ha provocado toda la expectación que pretendía (incrementada hasta el final con las presentaciones del gran Ángel Carmona). Y teniendo ya la cabeza en el Vida 2019, de lo que estoy seguro es que la segunda edición del Secret Vida será todavía mejor.

Muy de acuerdo con el redactor. Mi resumen:
– La poca educación de la gente, falta de respeto hacia los artistas (especialmente el viernes), pero creo que todos podríamos reconocer a vari@s de est@s personajes. Gente que va “porque hay que ir y dejarse ver”. Poco les importa la música. Una lástima.
– La falta de cabezas de cartel potentes, especialmente si el director anuncia el festival diciendo; “imagínate que aparece tu grupo preferido”. Con todos mis respetos por los músicos, no era lo que me esperaba., y eso que soy MUY fan de J.Gonzalez y Temples (suerte de estar en primera fila en los dos conciertos. Me encontré solo cantando sus canciones).
– Continuando con la expectativa: El chasco de la gente cuando apareció Pavvla: un pictograma con dos grandes Planetas y casi desapercibido pequeños puntitos (estrellas). la gente esperaba a J y los suyos, no se imaginaba que esta chica tiene una canción llamada “Planets and stars” (me pasé todo el trayecto BCN- Sant Pere avisando a mi pareja y amigos) Y creo que la organización jugó con ello, sabían qué pensaría la gente. Por cierto, ella no tiene la culpa, complicado después lidiar con ello.
– La nula explicación de porqué se eligió un pictograma u otro para cada artista. Mucha gente preguntaba el porqué.
– Precios: El primer Vida Festival las cervezas no llegaban a los 2 euros . Cuando vi que el precio eran 4, que los refrescos a 4 euros eran de 23 cl y que mi bocadillo de 8 era pan con pan… como que es reían de nosotros/ han perdido la esencia la la marca Vida. Ídem de la escasa/nula oferta gastronómica y prohibición de entrar comida.
Por estos motivos, mis acompañantes no vinieron el sábado. Decidieron abandonarles. Al igual que yo, son publico que va al Vida desde la primera edición y que dejamos de ir a festivales como Primavera por la imposibilidad de disfrutar de los grupos (aglomeraciones, gente que o deja escuchar etc). Una de estas personas ya ha dicho que no viene al Vida, que se va al Cruïlla. Mucho a mejorar o perderán lo que habían conseguido: admiración y fidelidad.
@rubensm79
Totalmente de acuerdo con ambos, faltó un cabeza de cartel potente y la gastronomía era de principiante de festival. Me faltaron foodtrucks en la entrada con la típica hamburguesa festivalera.
El lugar era mágico, las 2 salas me gustaron, aunque en la Grace si no estabas en primeras filas no veías nada, qué tal unas pantallas?
El presentador de 10!! Grande Ángel Carmona!!
Lo de la gente q habla en los conciertos en este país es para hacer un estudio sociológico, me faltó q algún artista parara su bolo para hacer callar al personal, de vergüenza
Un festival valiente y arriesgado, me divertí, bailé como una posesa y descubrí grupos q no conocía