Esto de los artistas y los conciertos es como las competiciones deportivas: hay categorías y categorías. Y uno percibe perfectamente, por pura intuición, si está viendo un show de Champions o de Tercera Regional, sin necesidad de fanfarrias previas ni lonas gigantescas con dibujo de un balón. Y no es nada que tenga que ver con lo racional, aunque haya argumentos para defender la dicotomía, en uno u otro sentido. Es precisamente en los sentidos donde uno nota el vértigo de atmósferas que te elevan por encima de plateas, anfiteatros, techos y estratocúmulos, hasta lanzarte de golpe certero a las estratosferas emocionales más recónditas. Eso es lo que hizo anoche Maika Makovski con todos nosotros. Y, claro está, sin perder ni un momento esa sonrisa que te hechiza y te desarma, de tanta pureza que desprende.
Humo y claroscuros abren la puerta de esa otra dimensión, y aparecen ella, hechizera de túnica azul cielo como al que quiere llevarnos, y sus 6 cómplices de cuerda y percusión: Pep Mula a la batería, Pau Valls a la trompa, y los miembros del Quartet Brossa. Son Marçal Ayats al chelo, Imma Lluch a la viola, i Aleix Puig i Pere Bartolomé a los violines. Todos ellos vienen con intenciones diáfanas: atarnos con cuerdas, golpearnos con percusión y seducirnos con voz sugerente a veces, o eléctrica cuando hace falta. Un embrujo que empezará en ‘Canadá’ y acabará en Macedonia, parada recurrente durante todo este viaje. Rubia poesía para reír o llorar, por un padre o por un amor que no fue. Paisajes helados, los mires de cuerpo para adentro o vuelto del revés. Lenguajes extraños que no lo son tanto, incluso cuando Maika se pone a hablar macedonio con un espectador balcánico. ‘Makedonija’ crece por momentos y se hace gigantesca, del tamaño de Rusia, o Australia, o las dos juntas, con arreglos de folklore local que casi la convierten en otra canción tan o más intensa. Parece que hayamos caído en una película de Kusturica, y ojalá esto durase como una boda de 3 días y 3 noches. Una de las guitarras tiene historia conmovedora, fruto de un regalo que rezuma amor. Entre vientos Chinook y trucos diabólicos, nuestra temperatura emocional alcanza grados de pleno agosto, y todavía nos tiene que rematar con pociones casi mortales: sin compasión alguna, nos lanza el repicar de campanas de acero y un bulldog fiero y desbocado, en dos últimas piezas contundentes, de grado 10 en la escala Makovski (y ahora que no me oye, y lo diré susurrando para que no se me enfade, canciones que a mi tanto me recuerdan a una musa de iniciales P.J.H. etapa ‘Man Size’. Y quien me conozca sabrá que lo digo como elogio reservado a casi nadie). Ovaciones, vítores y bises, con dos balas mortíferas más en la recámara: una preciosa canción de distancia que trae escondida tras de sí una lengua de lava amorosa que quema todo lo que encuentra a su paso. Por si fuera poco, queda una última estación balcánica, con una canción tradicional macedonia sobre una perra humana que no se presentó ante los regalos de su tímido enamorado. Pero ya lo dice la sabiduría popular: sangre no es agua… y que vivan los Balcanes!
Tracklist:
- Canada
- Blonde Poetry
- I Want To Cry
- Father
- Frozen Landscape
- Body
- Language
- Makedonija
- Not in Love
- Chinook Wind
- Devil Tricks
- The Deadly Potion of Passion
- Iron Bells
- Bulldog
Bises:
- Song of Distance
- Lava Love
- Canción tradicional macedonia
Texto y fotogalería: Ignasi Trapero