Ahora que la maldita pandemia parece que va en remisión (aunque algunas voces agoreras no dejan de recordarnos los peligros de una inminente séptima ola), es un placer volver a poder disfrutar de un concierto de rock en condiciones en un local pequeño y con sonido óptimo. Y la sala Wolf del Poblenou barcelonés cumplió con sobresaliente esa función. Sin llegar a rebosar, pero con una buena entrada que permitió disfrutar del espectáculo sin estrecheces.
La velada empezó con los noruegos Slomosa, que interpretaron su debut homónimo, una voluntariosa ración de desert rock que fue bien acogida por los presentes. En este caso, el sonido no fue lógicamente equiparable al de las estrellas de la noche (la batería apenas se oía), pero temas tan redondos como ‘Kevin’ o ‘Horses’, que astutamente se guardaron para cerrar su actuación, consiguieron calentar el ambiente para lo que estaba por llegar.

Y pasadas las nueve y media de la noche, el supertrío formado por Brant Bjork a la guitarra y voces, Nick Oliveri al bajo y voces, y Ryan Güt a la batería, iniciaron con los hipnóticos acordes de ‘Rad Stays Rad’ (que también abría su excelente debut del año pasado, ‘Stöners Rule’), un bolazo sin fisuras. La demoledora sección rítmica a cargo de Oliveri y el abracadabrante Güt (miembro de Brant Bjork Band), sirvió de exquisito acompañamiento a la guitarra de Bjork, que lucía la sempiterna bandana encima de su característica cascada de rizos.

En ‘Evel Never Dies’, de marcado carácter punk, fue el turno de lucirse vocalmente a un por otro lado bastante contenido Oliveri (en comparación a su pasado desbocado en los Queens Of The Stone Age u otras aventuras en solitario como Mondo Generator). En cambio en ‘A Million Beers’, de su recientísimo segundo álbum, ‘Totally…’ (del que curiosamente apenas ni tocaron la mitad de sus temas), los dos músicos se repartieron equitativamente las tareas vocales. De dicho disco (con una apetitosa pizza de salami como portada) no faltó por descontado el hitazo stoner ‘Strawberry Creek (Dirty Feet)’.
La variedad estilística de Stöner, pese al engañoso nombre del grupo, quedó patente en piezas como el señor blues ‘Own Yer Blues’, la muy funky ‘Stand Down’ o el toque punkarra de ‘Party March’. Pero la guinda estaba por llegar… Tras una celebrada versión de ‘R.A.M.O.N.E.S.’ de Motörhead, a la que siguió la joya stoner de ‘Tribe/Fly Girl’, el trío se retiró muy brevemente del escenario, y cuando regresó, fue el despiporre.

Los bises estuvieron formados por dos temas emblemáticos de Kyuss, la desaparecida banda de culto de Bjork y Oliveri. En cuanto sonaron las primeras notas de ‘Gardenia’, el público boomer en su gran mayoría, enloqueció. Efluvios de porros colosales impregnaron la sala, un espontáneo que subió al escenario y abrazó emocionado a un Oliveri con cara de circunstancias y luego se pasó al crowdsurfing, o un mini pogo amable (aquí se nota la media de edad) que no cesó hasta el final de ‘Green Machine’, otro trallazo de Kyuss. En definitiva, una gran noche de rock para recordar tiempos menos aciagos prepandémicos. Y que duren.