Hay veces que los límites de la locura y la cordura se difuminan y en ese espacio indefinido puede llegar a surgir la magia y la inspiración. Ese es el terreno en que se siente cómodo Mark Kozelek, alma mater y mente pensante de Sun Kil Moon. El que fuera fundador y guitarra de los míticos Red House Painters lleva consigo una leyenda de artista maldito, sumido en un océano de irascibilidad y sociopatía que le hace temible a fotógrafos, periodistas, compañeros de profesión e incluso fans.
Y si no, que le pregunten a Adam Granduciel y sus aclamados The War On Drugs. Una vez cometieron la osadía de coincidir en el mismo horario en el Ottawa Folk Festival con Sun Kil Moon y que el sonido de su guitarra se colara en la actuación de Kozelec. Éste enloqueció y empezó a comentar a la audiencia que los de Philadelphia “hacen una mierda de música para anuncios de cerveza” y que podían directamente “chuparle la polla”. La cosa no quedó así, y pese a los esfuerzos de Granduciel por suavizar el conflicto, Kozelec compuso el tema “The War On Drugs Suck My Cock” dónde se despacha a gusto con ellos. Éste es Kozelec. Genio y enfermiza figura.
Con esta historia en la cabeza un servidor se dirigía a la Fabra y Coats, un espacio multicultural situado en una antigua colonia industrial del barrio de Sant Andreu, reformada con un gusto exquisito y que podría perfectamente pasar por uno de esos locales artie del Soho newyorkino. Y ciertamente uno tenía la tentación de mostrarle un ejemplar del Ruta 66 del mes de septiembre en el que mi entrevista con Adam Granduciel ilustraba la portada y desatar a la bestia, pero la edad nos da un poso de sentido común del que algunos días no nos podemos librar.

Una voz nos advierte que queda terminantemente prohibido hacer fotografías y mostrar el móvil, ya que le incomoda enormemente al artista. Evidentemente, nos jugaremos el físico para tomar algunas instantáneas que ilustren el texto, no sin angustias y trabajos…
Sale la bestia a escena y las luces se atenúan. Y surge ese Kozelec que los últimos años ha optado por dar rienda suelta al instinto por encima de la razón, a un arte bruto que fluye directamente de sus entrañas en contraposición a su delicada y depurada propuesta anterior a “Among The leaves”, su disco de 2012. Escupe versos, ladra, turba su mirada y comienza a tejer su enfermiza obra de arte a ritmo de Daffodils, de su nuevo trabajo “Yellow Kitchen”.
Al acabar, las luces cambian de intensidad y el genio pierde el control. “No toquéis las putas luces” repite una y otra vez. “Ya lo hemos hablado durante la prueba de sonido. ¡No toquéis las putas luces!!!”. Aclarado el concepto, continua con aparente normalidad, es turno de “The Black Butterfly” en la que nos narra a media voz un sueño que tuvo en el que aparecía Elliott Smith.
Con altibajos emocionales controlados continua con un repertorio que está plagado de gemas en bruto, pedazos de cotidianeidad por pulir. Tonadas compuestas en aviones y tocadas sin prácticamente ensayo. Así, nos deja perplejos cómo una canción en la que homenajea a David Cassidy y a Malcom Young y que había compuesto el mismo día de camino a nuestra ciudad, no suena nada mal para haberla tocado en crudo. Más tarde, comenta que otra de sus canciones, Linda Blaire, fue perpetrada en el reciente vuelo de Oslo a Varsovia de la actual gira.
Si bien es cierto que en muchos momentos, el hecho de que la improvisación y ese enfermizo costumbrismo se apodere del show nos hace añorar actuaciones pretéritas en que todo era más reconocible y elaborado, también hemos de decir que en otros instantes nos fascina tener acceso por el espacio de un par de horas a los recovecos emocionales de Kozelec que intuimos tras sus escenas cotidianas, como ese “House Cat” inrepretado con malsana maestría.

Perpetrado tras su atril, el genio de Ohio, poco a poco se va relajando y se siente amo y señor de la velada. Sonríe y mira celebrando que los astros esa noche se han conjugado para complacerle. Uno de los momentos clave de la noche es cuando el artista reta a la audiencia con un silencio de más de cinco segundos en medio de “My Love For You Is Undying” y no se escucha absolutamente nada. Silencio total. Las cotorras habituales de los conciertos esa noche esconden el pico bajo el ala a sabiendas que en cualquier momento ese animal de ascendencia polaca les puede saltar a la yugular sin compasión.
“Dogs”, el esquizoide repaso a sus primeras experiencias sexuales, es de lo mejor de la noche junto a la versión de “Rock And Roll Singer” de AC/DC que sirve de homenaje para el recientemente desaparecido Malcom Young y recuperamos su obsesión con los australianos ya explícito en sus tiempos de Red House Painters.
Y acabamos la velada afortunadamente indemes a la furia de un Mark Kozelec que irónicamente nos grita ”Make Some Noise” en el estribillo del tema de despedida, al que la audiencia responde con timidez. Con este tipo, cualquiera se atreve….