Slowdive (Apolo, 06/03/18)

Slowdive (Foto: Albert Alcoz)

Expectación máxima para ver el directo de los Slowdive en la Sala Apolo de Barcelona. El cartel de Sold Out así lo corroboraba. Su retorno ya pudo presenciarse en el Primavera Sound de 2014, pero la desmesurada cantidad de público que congregaron ese día y el hecho de tocar en el escenario principal impidió apreciarlos con atención. Escucharlos entre el ruido de fondo, divisando escasamente los músicos por las pantallas de plasma laterales, a una distancia más que considerable, no fue una experiencia del todo satisfactoria. Otra gran diferencia respecto al concierto de hace tres años es que en esta ocasión venían a presentar las canciones del disco homónimo de 2017. Un artefacto sonoro cuyos temas –celebrados unánimemente por la crítica especializada– aseguraban disfrutar de una noche de melodías dream pop y atmósferas space rock.

Dead Sea (Foto: Albert Alcoz)
Dead Sea (Foto: Albert Alcoz)

Previamente los jóvenes parisinos Dead Sea solventaron muy positivamente su directo con una selección de canciones pop marcadas por una hermosa voz femenina, rodeada de sonidos electrónicos pregrabados. Cuando se pusieron bailables cruzaron los New Order con Beach House. Al decantarse por la languidez evocaron tanto a los Cocteu Twins como a Julee Cruise o Kate Bush.

Las notas etéreas del clásico ‘Deep Blue Sea’ de Brian Eno dieron entrada a los componentes de Slowdive. Los cinco ingleses salieron al escenario, con Neil Halstead y Rachel Goswell al frente. ‘Slomo’ –la primera canción del disco de retorno, publicado 22 años después del anterior–, inició un directo homogéneo y unitario, contundentemente sólido. Los minuciosos punteos de guitarra de Neil y la voz de Rachel marcaron un recorrido taciturno, profundamente melancólico, no exento de arrebatos ruidistas de cadencias espaciales. ‘Slowdive’ –perteneciente a la primera grabación, Just for a Day– sirvió para demostrar la total conexión entre el sonido que facturaron en 1991 y el de la actualidad. Con el tercer tema, ‘Crazy for You’, los decibelios subieron de intensidad. Una de las dos menciones al brillante disco Pygmalion (1995), con sus capas yuxtapuestas de guitarras eléctricas, permitió confirmar que, a principios de los noventa, fueron uno de los máximos exponentes de lo que se conoció como shoegaze.

Slowdive (Foto: Albert Alcoz)
Slowdive (Foto: Albert Alcoz)

Con los cánticos murmurados, la precisión de la sección rítmica y las distorsiones eléctricas de la nueva ‘Star Roving’ se pudo comprobar lo bien que ha evolucionado el sonido del grupo. La oceánica ‘Avalyn’ puso el foco en la cristalina voz de Rachel, arropada, pausadamente, por una densa marea de feedbacks. Uno de los grandes momentos de la noche lo protagonizó ‘Catch the Breeze’ cuya interpretación se elevó bien alto al acumular tres guitarras saturadas sobre el escenario. Tras la reciente ‘No Longer Making Time’ tocaron la extensa e intergaláctica ‘Souvlaki Space Station’. La parte final de la siguiente, titulada ‘Blue Skied and Clear’, rememoró el viraje hacia la serenidad folk intuido en Pygmalion y culminado, desde una óptica más americana, en los discos de Mojave 3, el proyecto que Neil Halstead emprendió a finales de los años noventa. ‘When the Sun Hits’ y ‘Alison’ –pertenecientes a Souvlaki, el disco más emblemático de la banda– fueron dos de los momentos cruciales. A continuación sonó ‘Sugar for the Pill’, un hit inmediato, un tema pop preciso, publicado el año pasado, aplaudido efusivamente por la audiencia.

Slowdive (Foto: Albert Alcoz)
Slowdive (Foto: Albert Alcoz)

Las visualizaciones de animaciones de cápsulas con la inscripción SD 1989 (siglas referentes al nombre del grupo y al año en el que se formó), dejaron paso al momento más emotivo de la noche. La interpretación de ‘Golden Hair’ –versión de un tema del desaparecido Syd Barrett, con letra extraída de un poema de James Joyce, publicado por primera vez en el disco The Madcap Laughs de 1970–, fue un homenaje al que fuera el mayor artífice de la etapa psicodélica de Pink Floyd. Si en la primera parte la solitaria voz de Rachel silenció el auditorio, en la segunda fueron los desarrollos instrumentales en espiral los que ocuparon el espacio acústico. La pausa de rigor dio paso a tres bises finales: ‘Don’t Know Why’, ‘Dagger’ y ‘40 Days’. Todos ellos, desde perspectivas similares pero puntos de vista distantes, completaron un directo esplendoroso. Uno que hace justicia a la trayectoria del grupo. Un proyecto renacido, encumbrado con el paso del tiempo –como los cercanos My Bloody Valentine de Kevin Shields. Sin salirse de sus coordenadas etéreas los Slowdive ofrecieron una velada nostálgica y enérgica, indudablemente renovada. La puesta al día de los temas antiguos y la continuidad sónica de las canciones recientes ejemplificaron coherencia, rigor y, claro está, madurez. Términos que, aunque impliquen cierta ausencia de espontaneidad e imprevisibilidad, denotan relevancia. La de un grupo convertido, por derecho propio, en pionero del pop independiente más espectral.

Slowdive (Foto: Albert Alcoz)
Slowdive (Foto: Albert Alcoz)

Como apunte final merece la pena anotar la clarividencia de unos visuales configurados principalmente por animaciones abstractas. Más allá de las proyecciones de registros en baja definición, hechas por videocámaras en circuito cerrado, cabe señalar el constante uso de imágenes digitales no figurativas, propias de la visual music. Estas animaciones experimentales quedaron puntuadas por formulaciones geométricas e impulsos lumínicos estroboscópicos hechos por ordenador. Despliegues de líneas inquietas, poliedros en órbita y colores en vibración remitieron, inevitablemente, al cine de Jordan Belson o los hermanos John y James Whitney. Unas referencias que se suman a la del cineasta Harry Smith, cuya película de vanguardia Heaven and Earth Magic (1957) queda citada en la portada del último disco.

Slowdive (Foto: Albert Alcoz)
Slowdive (Foto: Albert Alcoz)
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Cine, música y artes visuales son las tres disciplinas que más me llaman la atención. Cuando se entrecruzan libremente, más enigmáticas e inquietantes me parecen. De adolescente fui fan de Pink Floyd, R.E.M. y Sonic Youth. En mi reproductor suenan muy a menudo CAN, Talking Heads, Tom Waits y Stereolab. También el jazz de los ’60, el rock alemán de los ‘70, el pop independiente de los ’80 y la electrónica de los ’90. He colaborado en diversos medios escritos sobre música y cine, especialmente de vanguardia y experimental.

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