De la misma manera que en su día uno se sintió afortunado de estar viendo en el momento preciso a las bandas de britpop de los 90, a las del rock escandinavo de finales de siglo XX o a las de indie-rock y garaje de la primera década del siglo XXI, en estos últimos años hay que sentirse un privilegiado por estar pillando en salas pequeñas y en su momento de explosión y mayor brillantez a todas estas banda del nuevo punk y post-punk británico de los últimos años: Idles, Fontaines D.C., Life, Just Mustard… o Shame, claro (y aún nos quedan pendientes Dry Cleaning, Squid, Mush, Yard Act, TV Priest, The Murder Capital…). La banda del sur de Londres visitaba La 2 de Apolo para presentar su último disco, ‘Food For Worms‘ (Dead Oceans, 2023), y su show no decepcionó.

De hecho, podríamos decir que la noche en conjunto no decepcionó, porque They Hate Change también nos hicieron disfrutar, aunque desde otra perspectiva completamente distinta. “Sabemos que venís a un concierto punk, pero no os asustéis y haced ruido con nosotros“, reclamaron Vonne Parks y Andre ‘Dre’ Gainey antes de empezar a escupir palabras para acompañar las bases pregrabadas con ritmos hip-hop, drum’n’bass, jungle o UK rave. Y es que aunque el dúo sea de Tampa, Florida, y jueguen en la liga del rap, se proclaman fans de los sonidos electrónicos británicos. Vestidos de azul y blanco, bailando de lado a lado del escenario, mirando a los ojos del público y reclamándonos colaboración y complicidad para meternos de lleno en el show, THC divirtieron en su primera visita a Barcelona con las canciones de su aclamado ‘Finally, New’ (Jagjaguwar, 2022), sacándonos de nuestra zona de confort, que siempre es algo recomendable de probar.


En el caso de Shame, ésta era (al menos) la cuarta actuación en la ciudad: vinieron a Sidecar en 2018, y el año pasado hicieron un doble show en el Primavera Sound (en el Parc del Forum y en Razzmatazz 2). Desde estas dos últimas citas, el vocalista Charlie Steen se ha dejado crecer el pelo a lo Bob Dylan, si bien su actitud recuerda más a Johnny Rotten, con esa mirada incisiva y amenazante, y un comportamiento que desafía la lógica o el conformismo. Y es que ya no es sólo que se lance al público a hacer crowdsurfing o a pasear entre nuestras cabezas como si fuera Iggy Pop; es que el muy tarado trepa hasta unas cañerías a la altura del techo, se engancha a ellas con sus piernas, y se deja caer cual murciélago para cantar colgando boca abajo. Parecen quedar lejos ya aquellos ataques de ansiedad que le obligaron a alejarse de los escenarios en los primeros años de trayectoria de la banda. Lo que sigue haciendo es lo de quitarse la camisa, aunque no tengo muy claro que aún sea realmente por enfrentarse a los complejos que le despertaba su propio cuerpo, o más bien todo lo contrario. Pero si una palabra le define, esa es CARISMA. Así, en mayúsculas.

Sea como sea, el quinteto británico hizo enloquecer a una audiencia que parecía dividida entre la vieja guardia que aguantamos el paso de los años y una nutrida representación de adolescentes y veinteañeros que vienen reclamando el más que bienvenido y necesario relevo generacional. Jóvenes que desprenden brillo en las miradas, que aún se sorprenden con torbellinos sónicos como éste, y que convierten el show en un intercambio de energía exhuberante, pura y directa. Que buscan el cuerpo a cuerpo en plena efervescencia de feromonas, que chocan y rebotan unos contra otras, que saltan y cantan, y que hacen un enorme círculo en mitad de la sala antes de abalanzarse nuevamente para chocar en pogos que tienen algo de danzas tribales, de rituales primitivos de hedonismo del aquí y ahora, pero también de pertenencia a un colectivo inconformista y que cuestiona los ruinosos mimbres de una sociedad que se cae a pedazos, por dentro y por fuera. El grito de rabia y el contacto físico como puntos de fuga a tanta inmoralidad.

Y así, en esta atmósfera de libertad y salvajismo, transcurrió un show de una hora y cuarto del tirón y sin bises. Con Josh Finerty corriendo de lado a lado del escenario y haciendo cabriolas con el bajo; con Charlie Forbes marcando el ritmo a la tribu a golpe de batería; con Eddie Green y Sean Coyle-Smith afilando las cuerdas de sus guitarras a ambos lados; con el logo y las estrellas del arte del disco proyectados en el fondo del escenario; con 6 nuevas canciones haciéndose un hueco en el repertorio y reclamando la atención que se merecen, como ‘Adderall’, ‘Burning By Design’ o la excelente ‘Six-Pack’, uno de los momentos álgidos de la noche; pero también con presencia equilibrada de 6 canciones de ‘Drunk Tank Pink’ (‘Alphabet’, ‘Nigel Hitter’… o esa ‘Water In The Well’ que me recuerda a Fugazi), y 5 del debut ‘Songs Of Praise’ (‘Concrete’, ‘One Rizla’… o el final con ‘Gold Hole’). Otra de esas noches de decir: “qué bien haber venido y qué enorme fortuna que podamos seguir viviendo y disfrutando escenas vivas y excitantes, una detrás de otra“. Y siempre con un punto de ingenua esperanza de que, esta vez sí, sirva para prender la mecha que cambie algo de toda esta mierda que nos rodea.
Setlist:
- Alibis
- Alphabet
- Fingers Of Steel
- Concrete
- The Lick
- Six-Pack
- Tasteless
- 6/1
- Nigel Hitter
- Born In Luton
- The Fall Of Paul
- Burning By Design
- Water In The Well
- Adderall
- One Rizla
- Snow Day
- Gold Hole