Barcelona tiene un problema con el rock’n’roll. O bien es ignorada por artistas con giras de 6-8 fechas estatales que no pasan por aquí (por poner dos casos anunciados recientemente, The Bellrays o Eli Paperboy Reed), o bien los promotores hacen coincidir el mismo día más de un concierto que podría interesar a público similar (una consecuencia más de la absurda sobredosis de bolos de los últimos y de los próximos meses, que acaba restando público a muchos shows). Eso pasaba este martes, cuando The Queers arrancaban gira estatal en Sidecar y los históricos Flamin’ Groovies subían hasta la sala Upload, en la última de las 7 fechas del tour ibérico.

Nacidos en San Francisco en 1965, los Groovies son banda de culto para unos, dinosaurios estancados que tiran del nombre para otros. Y aunque surgieron venerando al garaje y el rhythm’n’blues sesenteros y a las bandas de la British Invasion (decidieron componer sus propias canciones en 1966, el día después del último concierto de los Beatles), muchos coinciden que evolucionaron hasta convertirse en unos de los responsables del nacimiento del power pop (si no, LOS responsables). Imposible resumir más de 50 años de su carrera en unas pocas lineas, así que si queréis saber más detalles, mejor ir a referentes que conocen sobradamente su trayectoria y la explican con sabiduría y el habitual gracejo, como Kiko Amat en este artículo de El Peródico de 2017, cuando vinieron al festival Altaveu de Sant Boi a presentar su último disco hasta la fecha, ‘Fantastic Plastic’.

Tras el “estreno mundial” del punk rock ramoniano de los Tonto Boys (notable banda con componentes de Les Lullies que nos hicieron pasar un gran rato), llegó el momento de recibir a Flamin’ Groovies. La banda llegaba a la Upload con un único miembro original, Cyril Jordan (guitarra y voz), acompañado por músicos de solvencia contrastada: el guitarra Chris Von Sneidern (Chuck Prophet, Flying Color), el bajista Atom Ellis (Link Wray, The New Cars, Chuck Prophet) y el batería Tony Sales (hijo del bajista Tony Fox Sales que tocó con unos tales David Bowie o Iggy Pop, entre otros…). Ya desde la primera canción, ‘Way Over My Head’, enseñaron su cara más power pop, de la que luego han bebido tantas otras bandas como los Posies o Teenage Fanclub. La versión del ‘Around And Around’ de Chuck Berry abrió la puerta también para la otra vertiente del bolo, más decantada al blues, al rock y al garaje, y durante la siguiente hora y 10 minutos + 1 bis fueron combinando ambas caras.

Cayeron clásicos de la banda como ‘You Tore Me Down’, ‘Yesterday’s Numbers’ o, claro, la canción por excelencia de su carrera, ‘Shake Some Action’, que regalaron a mitad del show (sin esperar al tramo final), provocando el delirio de una sala llena y con media de edad más alta de lo habitual. A pesar de sus 73 años, Cyril Jordan mostró una agilidad y dinamismo gratamente sorprendentes (total respect! Quien llegara a esa edad con ese estado de forma y ese porte, con botines de gamuza azul y pantalones de cuero), si bien su voz delataba el inevitable paso del tiempo. Lo cierto es que tampoco las voces de Chris y Tony se escuchaban demasiado en las primeras filas cuando tomaban el relevo de Jordan, y quizás por eso no acabé de conectar con el show en algunos momentos.

Y es que fue un concierto solvente y entusiasta pero le faltó algo de reprise para que la música nos azotara por dentro y desbordara completamente las emociones. Bueno, alguna emoción estuvo a punto de desbordarse cuando Cyril hacía un solo en la parte delantera del escenario y un espontáneo subió e intentó cantar, algo que evitó Atom, visiblemente cabreado con el tipo en cuestión. La sangre no llegó al río, el show acabó sin problemas, y nos fuimos a casa con la satisfacción de haber visto al fin a una banda mítica (o lo que queda de ella), en un ejercicio de romántica nostalgia. Y quizás los que también le añadieron el componente de la idolatría marcharon sintiendo algo más de euforia.