La pista de madera de la Sala Apolo se convirtió en un auditorio improvisado con la colocación de decenas de sillas ubicadas en hileras. Esta fue la disposición que se consideró adecuada para disfrutar de la música pausada de Damien Jurado. El cantautor norteamericano vino a Barcelona tras ofrecer cuatro directos en una gira nacional previamente desplegada en salas de Alicante, Valencia, Bilbao y Madrid. A lo largo de este tour internacional la cantante y compositora Corrina Repp ha sido la telonera. También fue el caso del concierto barcelonés, sin embargo no pudimos escuchar sus canciones porque acudimos a las nueve en punto.

Pocos minutos antes del directo, por los altavoces de la sala principal del Apolo –¡qué alegría poder volver a gozar de conciertos en este lugar!– sonaba la voz de Mark Kozelek. Buen augurio, o no. Mientras tanto uno podía comprobar la ausencia de batería en un escenario más bien austero: dos sillas y un micrófono de voz era los únicos elementos visibles. A las nueve y cinco minutos el singer songwriter de Seattle y su amigo Josh Gordon acudían a escena con sus guitarras acústicas. Presentar su reciente disco The Monster Who Hated Pennsylvania (Maraqopa Records, 2021), un hermoso tratado de temas introspectivos –cuya portada imita una de las fotografía de la artista Valie Export– era el objetivo principal del concierto. Tratar de seducir al público, también.

El resultado fue un directo calmado, puntualmente emotivo, y sí, algo monótono. La ausencia de banda de acompañamiento facilitó percibir el repertorio de modo excesivamente homogéneo. Se hubiera agradecido, y mucho, la inclusión de un bajo y una batería. No por casualidad las palmas de la platea hicieron acto de presencia al inicio de un tema que Jurado se encargó de fagocitar con un comentario poco amistoso. Esas gafas de sol que conservó a lo largo de toda la velada tampoco ayudaron. A uno le recordaron aquellas otras que en su día llevó el cantautor Rodriguez en ese concierto fallido en el Poble Espanyol, hace ya casi diez años.

Mientras Gordon punteaba su guitarra acústica Damien Jurado hacía acordes con los que acompañar su voz. Sus cuerdas vocales fueron el gran reclamo de la noche. Cierta reverberación en la amplificación de su voz quedaba plenamente justificada. Del último disco sonaron canciones como la serena “Helena” y la emotiva “Johnny Caravella”. Sorbos de Fanta naranja entre canción y canción, y los “ué!” con los que miembros del público celebraban el inicio de algunos temas marcaron la pauta del concierto. Sonaron temas clásicos de su cancionero como “A.M. AM”, “And Loraine”, “Working Titles” (donde deja ir ese verso malicioso: “In the end you’re a fool like the journalist / Who turns what you sing into business”), “Cloudy Shoes” (donde tararea: “I’m still trying to fix my mind”), “Museum of Flight” (en la que expresa sus sentimientos amorosos: ” I need you to hang around / I’m so broke / And foolishly in love”) y “Ohio” (donde afirma sin tapujos: “She belongs to her mother and the state of Ohio / I wish she belonged to me”).

Uno hubiera agradecido una mayor representación de la instrumentación de tres de sus mejores discos: Brothers and Sisters of the Eternal Son (2014), Visions of Us on the Land (2016) y The Horizon Just Laughed (2018), todo ellos publicados en el prestigioso sello Secretly Canadian. Escuchar comentarios más afortunados entre canciones también hubiera facilitado empatizar más con un músico que, tras hora y veinte minutos, sólo interpretó un único bis. Al final del concierto resultaba fácil pensar en el abismo que media entre la riqueza de sus discos y la parquedad de su directo. Una continencia que puede leerse, desde una óptica optimista, como una búsqueda de la esencialidad.

Buen artículo, me hubiese gustado Silver Timothy https://youtu.be/A4sQz6Y5g88