Hoy os voy a explicar una situación que nos ha provocado muchísima indignación y enorme cabreo a unos cuantos profesionales de los medios de comunicación musical (y no hablo sólo de periodistas ni fotógrafxs). No voy a dar nombres porque la idea del escrito no es señalar ni lapidar a nadie, sino denunciar de forma genérica determinadas situaciones con las que nos encontramos cada vez con más frecuencia en el día a día, y plantear un debate interno en el gremio ante según qué cosas: recientemente nos acreditamos para hacer la crónica de un concierto con la habitual fotogalería y setlist, como hemos venido haciendo en estos 7 años de Indie Lovers. Todo se desarrolló con aparente normalidad, nuestra fotógrafa pudo hacer fotos las 3 primeras canciones sin flash (como es la regla habitual, normalmente bajo el argumento de “molestar lo mínimo al resto del público”) y el/la artista en cuestión dio un magnífico espectáculo. Cuando estábamos haciendo la tertulia post-concierto, aún en la sala, con la satisfacción de haber vivido una notable velada musical, y mientras la cabeza ya daba vueltas sobre por dónde tiraría el texto de la crónica, nos avisaron de que el manager del/la artista quería supervisar las fotos de todos los medios allí presentes (y éramos unos cuantos) antes de que fueran publicadas. Nos quedamos todxs extremadamente sorprendidxs, por lo surrealista de la petición y por el momento en que nos avisaron de la misma. En alguna ocasión, con artistas de mucha trayectoria y popularidad considerable, sí que nos hemos encontrado con el caso de que días antes del concierto te avisen de que hay que firmar un contrato en el que te comprometes a que las fotos que hagas en ese concierto se utilicen única y exclusivamente para la crónica del mismo en el medio de comunicación para el que te acreditas (o nos cuentan también que algunxs incluso exigen algo tan descabellado como la cesión del copyright de las imágenes). Pero en ningún caso en 7 años se nos había censurado ninguna. Y nunca en 7 años en este medio nos habíamos encontrado con un caso como éste, en que nos exigieran supervisar las imágenes después del concierto y sin previo aviso.
Así, sorprendidos pero pensando que iba a ser un mero trámite, los diversos medios allí presentes accedimos a enviarles la selección de fotos de cada uno. Viéndolo a toro pasado, quizás nos deberíamos haber negado en bloque, por las formas y los tiempos, pero en ese momento supongo que fuimos todos de buena fe y sin poder imaginar lo que iba a venir después. La misma noche del concierto nuestra fotógrafa me envió una selección de 12 imágenes, les pusimos el logo a todas, escribí un extenso texto detallado y sentido resumiendo el concierto e incidiendo en la personalidad del/la artista en cuestión, y lo dejamos todo a punto para que, en cuanto nos dieran el ok al día siguiente, procediéramos a publicar la crónica con las 12 fotos y compartirla en redes. La rutina de cada concierto, vaya. Pero en este caso el show se iba a salir bastante de la rutina…
Pasó la mañana sin noticia ninguna y, ya a media tarde, la fotógrafa me avisa de que nos ‘autorizaban’… ¡2 de las 12 fotos enviadas! (o lo que es lo mismo, nos querían censurar 10 fotos). Pongo ‘autorizaban’, porque evidentemente ningún artista, manager, agente o quien sea tiene potestad alguna para autorizar o desautorizar los contenidos de un medio de comunicación independiente mientras vivamos en un país con libertad de prensa (recogida en el artículo 20 de la constitución española o en el 11 de la Unión Europea). Eso es competencia, única y exclusivamente, de lxs periodistas y profesionales de la información: ya sea un(a) editor(a) o, en este caso, si hablamos de fotos, de un(a) fotoperiodista. Y mucho más sin haber ningún contrato ni compromiso previamente adquirido de por medio. Somos humanos, todos tenemos nuestras manías y nuestras historias, y podemos entender perfectamente que, una vez publicadas, pueda haber alguna petición de retirar alguna foto puntual por motivos estéticos o por lo que sea, mientras haya un argumento razonable detrás y nunca con actitud impositiva. Si es así, no tendríamos ningún problema en empatizar, ser flexibles, revisar y/o retirar alguna imagen en concreto si no afecta al conjunto de la publicación. Esa sería nuestra decisión. Pero de ahí a esa escabechina arbitaria que nos querían imponer por la cara van tres pueblos.
Tenemos muy claro de que si hubiéramos sabido de antemano que nos encontraríamos con esta ridícula petición, no nos habríamos acreditado para el concierto por estar en total desacuerdo con una norma así de abusiva y absurda. Nos habríamos comprado entradas y habríamos disfrutado del show como espectadores (que, además, desde que sufrimos la lacra de los teléfonos móviles en las salas de conciertos y festivales, tiene la ventaja de que no te ponen ningún límite de canciones para hacer las fotos ni los videos, puedes disparar con flash con total impunidad y, hagas lo que hagas, se ve que no molestas a nadie y la organización nunca te va a decir nada. Y, para rematarlo, nadie te va a querer controlar ni dictar a la salida qué fotos puedes subir a tu Instagram y qué otras no, por mucho que la calidad sea infinitamente inferior a la que puedan hacer profesionales de la fotografía).
Sea como sea, me quedé flipando y agarré un cabreo monumental. Para ver lo surrealista de la situación y la extrema gravedad de la injerencia sólo hay que hacer el ejercicio de invertir los roles: ¿os imagináis que yo, como periodista, antes del concierto voy al camerino y le digo a un artista que de las 12 canciones que tiene en el setlist sólo puede tocar dos, sin mayor explicación ni argumentación de cuál es el criterio para decidir cuáles? Y quién narices sería yo para hacer eso, ¿verdad? Pues estamos hablando exactamente de lo mismo, pero al revés: alguien que no es periodista queriendo hacer la selección de contenidos de un medio de comunicación ajeno. Es decir, autoatribuyéndose funciones y derechos que no le competen. Además, hablando con el resto de compañerxs que se encontraron en la misma situación, la sensación era de que la decisión era totalmente caprichosa: había fotografías prácticamente idénticas que a uno le ‘autorizaban’ y a otra no. Había a quien le habían dado el ok a una sola fotografía, y a quien le habían ‘aprobado’ cuatro. Sin un patrón claro ni ninguna explicación ni criterio. Porque sí. Y punto.
Nos parece perfecto que un artista o su entorno intenten controlar la imagen que quieren transmitir a la hora de hacer una portada de un disco, unas fotos promocionales, un videoclip y todo este tipo de actividades privadas con fines publicitarios para presentarse ante el mundo. Pero desde el momento en que te subes a un escenario, como personaje público que eres, tienes que ser consciente de que ese control se acaba porque estás en un acto público, en un espacio público y expuesto a los ojos de los demás. Igual que cuando un futbolista está sobre un terreno de juego, un político en un miting electoral o una actriz en una rueda de prensa de presentación de una película. Y no tienes ningún derecho ni potestad para controlar las imágenes o videos que te hagan ni los medios de comunicación convenientemente acreditados ni el público que (anárquicamente) hace fotos o graba videos con sus teléfonos móviles, que son los únicos gestores con derechos sobre esas imágenes.
Así, y llegados a este punto, nos quejamos. Tras un día más sin respuesta, y ya muy caliente con el tema, decidí que iba a publicar el texto sin ninguna fotografía, y en cada espacio reservado a una foto, iba a poner una imagen en fondo negro con el texto ‘Fotografía censurada’ señalando al entorno del/la artista. Se lo hice saber a quien estaba mediando en el tema (y que no tenía culpa de nada y se estaba comiendo el marrón), se lo comunicó al entorno del/la artista y recibí una primera llamada de alguien a quien no conocía ni le había dado en ningún caso mi teléfono, con aparente tono negociador y conciliador, y en la que las dos fotografías ‘autorizadas’ ya se habían convertido en cuatro, como por arte de magia. Pero fueran dos o cuatro, el problema de fondo seguía siendo el mismo y, a la que empezamos a rebatir puntos de vista completamente opuestos, y dándose cuenta de que teníamos muy clara nuestra postura y no iba a hacernos cambiar de opinión, el tono de la llamada subió, y se llegó a las amenazas de frenar la publicación del artículo (una vez más, creyendo que estaban en potestad de hacer algo así, cuando eso sólo lo podemos decidir los responsables del medio) o, directamente, insinuaciones de pasar “a otro nivel”. Y que cada uno lo interprete como quiera.
Al día siguiente (y ya iban 3 después del concierto), hubo una segunda llamada en que la cifra de fotografías seguía siendo la misma y las posturas continuaban igual de lejanas. Pero con una noche de por medio para seguir reflexionando sobre el tema y tras un debate interno, la decisión estaba tomada y era firme: Indie Lovers no iba a publicar la crónica que habíamos escrito nada más acabar el concierto. Y, viendo la mala praxis y las malas maneras, no queríamos saber nada más del/la artista en cuestión, de quien no volveremos a publicitar ningún contenido en un futuro. Se lo comunicamos a todas las partes implicadas y, salvo la parte del entorno del/la artista, todo el mundo nos dio su completo apoyo y total comprensión. Esperemos no volver a encontrarnos en una situación similar nunca más pero, si eso ocurre, a partir de ahora este será nuestra protocolo de actuación. Sabe muy mal tener que llegar a este extremo (y más con artistas de este talento y potencial), pero no toleraremos ninguna intromisión en nuestro trabajo, ninguna norma absurda y abusiva, y ninguna presión, amenaza ni insinuación.
Respetamos completamente la decisión que hayan tomado el resto de medios que se han encontrado en la misma situación, y somos conscientes de que, seguramente, estamos en una situación privilegiada para maniobrar, dado que no vivimos de esto y no nos va ni el sueldo, ni el puesto de trabajo, ni contratos publicitarios, ni nada por el estilo. Tenemos total libertad para hacer y deshacer, decidir contenidos o cerrar la web mañana mismo si nos da la gana. Pero, sinceramente, quería hacer estas reflexiones en voz alta porque, como ya hicieron meses atrás algunxs fotoperiodistas, quizás iría siendo hora de que periodistas, fotógrafxs y medios de comunicación de la escena musical, todxs juntxs, empecemos a hacer frente común de una forma efectiva para decir basta a según qué situaciones y normativas absurdas y abusivas que se alejan del sentido común y que, en casos como éste, traspasan todos los límites de lo admisible. Si hoy permitimos que seleccionen las fotografías por nosotros, ¿lo siguiente será que nos dicten los textos que tenemos que escribir?