50 años de ‘The Velvet Underground & Nico’

Creo recordar que mi primera conexión con la Velvet Underground tuvo un punto de azar. Estaba en ese impasse entre el final del instituto y mis primeros años universitarios, y por aquél entonces me había hecho socio de la Mediateca del Caixa Forum, que en aquellos años estaba en el Passeig de St. Joan de Barcelona, casi tocando la Diagonal. Cada viernes, paseaba 15-20 minutos desde mi casa hasta allí, para hacer uso de mis derechos como socio: podías llevarte 3 CD’s que tenías que devolver lunes o martes, y si no recuerdo mal, también podías pillar 3 libros y hasta 4 revistas (diría que las revistas te las podías quedar 15 días y los libros 1 mes, pero tampoco recuerdo exactamente). No hacía demasiado que había descubierto a los Doors y a los Sex Pistols gracias a unos cassetes que me compré en una de las tiendas de Discos Castelló de la calle Tallers, y mi mente inquieta y curiosa tenía muchísima hambre por devorar a los clásicos del rock para aprender todo lo que no nos enseñaban en clase. En ese contexto, un viernes cualquiera debí toparme de morros con la famosa portada del plátano de Andy Warhol (que en su versión original se podía pelar, literalmente); fascinado por la icónica imagen, y creo recordar que también influído por una recomendación previa de mi amigo Jordi, me llevé a la Velvet para casa. Creo que a partir de aquél día ya nada fue lo mismo en mis oídos ni en mi cerebro…

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No sé si es comparable a lo que debieron sentir en 1967 los oyentes de aquel artefacto terrorista sonoro que no pasó del nº103 en las listas, pero os podéis imaginar el impacto que causó para un chaval de 18-20 años que antes de los citados cassetes de Doors y Pistols, se había limitado a escuchar obsesivamente a Mecano primero, Héroes del Silencio o Madonna después, y a quien Roxette le parecía un grupo excitantemente rockero que le ponía a 1.000. Con pañales en mis tímpanos, llegaron Lou Reed, John Cale, Sterling Morrison, Maureen Tucker y la modelo alemana Nico como invitada no muy deseada por la banda (pero impuesta por Warhol; ya se sabe que quien paga, manda…); y me dispararon su metralla sónica, y las letras de Lou sobre drogadicción explícita y cruda, sadomasoquismo, prostitución, los freaks de la Factory, y los peligrosos bajos fondos del Nueva York de mediados de los ’60. Sin ni siquiera saberlo, ese fue mi primer contacto indirecto con poetas de la generación beat como Ginsberg o Burroughs, o también con autores como Von Sacher-Masoch y su, valga la redundancia, masoquista ‘Venus In Furs’ a la que le cantaba Reed en este disco de debut de la Velvet. Pura mugre underground, envuelta en la viola hiriente de Cale, las guitarras de afinaciones disonantes, atmósferas oscuras, ritmos hipnóticos, y esa extraña combinación de gélidas voces de Reed y Nico. ¿Qué cojones era eso que hacía desangrar los oídos en tonos cacofónicos? ¿Pero no se suponía que en aquellos años los Beatles o la California hippie le cantaban al amor, a la paz y a la armonía universal usando agradables melodías? ¿De donde habían salido estos monstruos vestidos de negro, gafas oscuras y peinados tan cool? ¿Por qué aquellas canciones eran, a la vez, horriblemente desagradables y completamente adictivas…?

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Creo firmemente que aquella experiencia de escuchar por primera vez este disco fue lo más parecido a una pérdida de la virginidad acústica. Por una parte, estaban el enorme placer y la extraña belleza de ‘Sunday Morning’, ‘Femme Fatale’ o ‘I’ll Be Your Mirror’, que me hicieron lanzarme a degüello a por la guitarra acústica de mi madre hasta sacarlas de oído, sin la más mínima noción de solfeo ni de cómo narices tocar o leer una partitura (además de espabilarme para conseguir el libro de la editorial Cátedra en el que salían todas las letras). Por la otra, el doloroso proceso de intentar gozar con las chirriantes ‘Venus In Furs’, ‘The Black Angel’s Death Song’, ‘European Son’ o ese increíble viaje tan metafóricamente realista de ‘Heroine’, donde parecías sentir una aguja penetrando tu vena cuando Lou cantaba el “when I put a spike into my vein”. Y, aunque rozaban y escocían y te hacían desangrar los tímpanos, algo tenían esas canciones que querías volver a probarlas para seguir encontrándoles gustos y matices. Querías sumergirte en las profundidades de ese mundo oscuro y tan distinto al tuyo, y explorar y sentir e intentar comprender de qué narices iba todo aquello. “And I guess that I just don’t know…”

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‘The Velvet Underground & Nico’ reventó la estúpida ingenuidad hippie a base de viola desgarradora y palabra cortante; y, aunque su publicación el 12 de marzo de 1967 fue silenciada por radios y revistas especializadas por su mensaje transgresor y políticamente incorrecto, también fue un grito a la hipócrita sociedad estadounidense y un intento de ponerle en sus acomodadas narices la cara oscura del sueño americano: mugre, decadencia, inadaptación, drogas, rebeldía, escapismo a los modelos sociales convencionales, libertad individual extrema, desviaciones sexuales… como suele pasar en estos casos, la inmadurez de una sociedad cobarde y ultraconservadora hizo que pocos supieran asimilar y entender qué narices era todo aquello. Pero hoy, 50 años después, dudo que alguien sea tan cretino como para negarle a este álbum su merecidísima condición: uno de los discos absolutamente imprescindibles y más influyentes de la historia del rock. Debería ser motivo más que sobrado de prisión incondicional, tortura alevosa y escarnio público el no haberlo escuchado ni disfrutado nunca. Si no lo has hecho todavía, no sé a qué narices esperas…

Escrito por

Rarito como un tema de Sonic Youth; me excito con el ‘Psycho’ de los Sonics; si me cabreo, Pistols, RATM, Sandré, riot grrrls o Los Punsetes; me ponen igual soul, r’n’b, ye-yé, garaje, punk, r’n’r, indie o brit-pop. De mayor quiero ser Patti Smith, Iggy o John Waters. Ateo hasta que conocí a PJ HARVEY. Fui negro en otra vida… y hago el impostor como periodista musical y deportivo en radio, TV, webs y revistas varias.

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