«Nostalgia ininterrumpida» no sería un mal titular para el concierto de Spiritualized. El viernes 2 de noviembre de 2018 los ingleses ofrecieron un directo esplendoroso en la sala Razzmatazz de Barcelona. Jason Pierce vino a presentar el reciente disco And Nothing Hurt (2018), acompañado de una banda formada por dos guitarristas, un bajista, un batería, un teclista y tres coristas. A lo largo de dos horas interpretaron –de arriba a abajo– la última grabación, confirmando que la brillantez alcanzada con las nuevas composiciones se acerca a la de sus mejores discos. Sin llegar a la repercusión de su tercer álbum cabe señalar que, tras ciertos periodos creativos marcados por el tono depresivo y el bajón anímico, Jason Pierce se encuentra en un momento dulce.
Como muchos de sus seguidores descubrí Spiritualized en 1998, cuando publicaron el monumental Ladies and Gentleman We Are Floating in Space (1997). Poco a poco –las circunstancias relativas al acceso musical eran muy diferentes al exceso actual– me fui adentrando en el universo sónico de J Spacemen. Escuchar sus discos previos, tanto al frente de Spiritualized como de Spacemen 3, y admirar la música de Sonic Boom, editada bajo Spectrum o Experimental Audio Research, fue una consecuencia lógica de ese proceso de exploración auditivo.
El directo de la banda se inició con una interpretación escueta de “Hold On” que dio paso a un primer tramo marcado por la recuperación de clásicos populares. “Come Together” contagió colectivamente con su energía desbocada. El primer disco tras la ruptura de Spacemen 3, Lazer Guided Melodies (1992), estuvo representado por la maravillosa “Shine a Light”, un tema melancólico equilibrado por el punteo preciosista de la guitarra y la emotividad de la voz. Esta última consideración fue uno de los aspectos relevantes de la noche; las cuerdas vocales de Jason sonaron cristalinas. Su tímbrica, perfectamente modulada, se percibió clarividente y precisa a lo largo de todo el recital. “Stay With Me” resultó débil, casi convaleciente, como queriendo evidenciar la crisis emocional simbolizada en ese ya mítico envoltorio medicinal. El desgarro eléctrico de “Soul on Fire” –perteneciente al álbum Songs in A&E (2008)– vino sucedido por otra de sus joyas: “Broken Heart”. La pausa apesadumbrada de este tema dejó paso a todos los temas de And Nothing Hurt.
Priorizando una luminosidad serena, subrayando la espiritualidad asociada al gospel y trasmitiendo una vitalidad calmosa, la banda flirteó con estructuras pop ligeramente convencionales. Eludieron la orquestación de la grabación pero incrementaron sus arrebatos de intensidad. “A Perfect Miracle”, “I’m Your Man”, “Here It Comes (the Road) Let’s Go”, “Let’s Dance”, “On the Sunshine”, “Damaged”, “The Morning After” –una de las más recordadas por su final improvisado, jazzístico y ruidoso–, “The Prize” y “Sail on Through” sonaron una detrás de otra, siguiendo la secuencia del disco. La amplificación progresiva de decibelios fue una de las constantes en una intensidad eléctrica y vocal que también admitió el sonido extático característico de épocas más lisérgicas. Sonoridades velvetianas, ecos psicodélicos de los Pink Floyd de principios de los setenta –sí, los de Meddle (1971) e incluso el Dark Side of the Moon (1973)–, resonancias atmosféricas de Popul Vuh –como los acordes de la banda sonora del film Coeur de verre (1977) de Werner Herzog– y evocaciones ensordecedoras de compatriotas interestelares como My Bloody Valentine, Loop o los primeros Mercury Rev –los de los maravillosos Yerself is Steam (1991) y Boces (1993)– quedaron sugeridos a lo largo de todo el bloque central. El énfasis puesto en las tres guitarras entrelazadas, la consistencia del bajo y los cánticos de las voces femeninas aportaron color y emotividad en los tramos finales de numerosos temas.
En los bises Jason y compañía volvieron con “So Long You Pretty Thing” –una de las canciones más celebradas por la audiencia, perteneciente al disco Sweet Heart Sweet Light (2012)– para seguir con “Out of Sight”, la única canción extraída de Let It Come Down (2001). Acabar con la grandilocuente versión del himno religioso “Oh Happy Day” sirvió para observar el buen momento artístico de uno de los músicos más relevantes de la escena inglesa de los años noventa.
Presenciar de nuevo los Spiritualized y hacerlo junto a un muy buen amigo de la universidad, me hizo recuperar decenas de recuerdos asociados a épocas vitales no tan distantes. El directo en la mejor edición del festival de Benicàssim –en un ya lejano 8 de agosto de 1998– o la entrevista que le pude hacer a Jason Pierce en 2003 –en motivo de la presentación del disco Amazing Grace (2003), que en su día reseñé para la revista Mondosonoro–, fueron algunos de los momentos memorizados a lo largo del concierto. Si canciones tan paradigmáticas como “Electricity” o “I Think I’m in Love” se echaron en falta fue por motivos puramente personales. Al fin y al cabo el trayecto iluminado por su obra maestra ha tenido continuidad, aunque disminuyendo cierto grado de credibilidad. A lo largo del nuevo milenio este icono del rock espacial y el pop ensoñador –traducciones literales de términos estilísticos como space rock y dream pop– se ha visto acompañado de un conjunto de grabaciones convincentes. Es por ello que el alcance de esta nostalgia sostenida que envuelve la música personal de Jason Pierce resulta indudablemente universal.
Setlist:
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Hold On
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Come Together
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Shine a Light
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Stay With Me
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Soul on Fire
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Broken Heart
And Nothing Hurt:
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A Perfect Miracle
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I’m Your Man
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Here It Comes (The Road) Let’s Go
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Let’s Dance
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On the Sunshine
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Damaged
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The Morning After
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The Prize
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Sail on Through
Bises:
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So Long You Pretty Thing
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Oh Happy Day