De la misma forma que hay personas que consiguen domesticarte, hay artistas que te hipnotizan. Una voz prodigiosa y una guitarra pueden resultar suficientes para ejercer el hechizo. Da igual el repertorio. Las canciones no son tan importantes como la atmósfera que crean, y la paz que generan. Incluso cuando mrs. Olsen sale a jugar a ser ángel y demonio. Unas pocas notas y un par de estrofas son suficientes para irradiar la magia de una voz privilegiada y cerrar la puerta al baúl de tus malas energías. Todo eso se queda fuera de la Barts, porqué dentro nos metemos en el corto trayecto que hay desde sus cuerdas vocales al epicentro de nuestras almas y emociones. Y eso que empieza su set del Guitar Festival BCN a trompicones, en constante conversación con el técnico ubicado a la izquierda del escenario, derecha según la perspectiva de la artista. Incluso llega a admitir que le está costando conectar con sus canciones. La desnudez no es sólo musical, y el ángel también enseña sus demonios sin filtros ni formalismos.

A medida que el repertorio semi-improvisado avanza y el océano sonoro que la disturba se calma, la parlanchina artista cambia sus interlocutores, y tuerce su mirada y sus charlas hacia el público. El demonio se bebe las copas de vino y el ángel las de agua. Uno nos pregunta donde salir de fiesta esta noche o en casa de quién acabar la velada, y el otro nos canta a desamores y frustraciones con sabor a lágrima y derrota. Empezamos todas las canciones siguiendo su letra, pero la suave caricia de sus dedos inexpertos sobre las cuerdas metálicas se nos lleva a flotar en el techo con la mente en blanco. O en negro, según se mire. Accede a peticiones como ‘Acrobat’ o ‘California’, nos cuenta la historia de su vida reciente en la montaña, y nos pide que sigamos a su gata Violet en Instagram momentos antes de soltarnos ‘Windows’. ‘Lonely Universe’ corta el aire, y el fuego blanco nos hiela el espíritu y nos deja con la boca abierta y casi sin atrevernos a respirar, para no cortar la magia del momento. Un momento de más de hora y media que se nos hace corto, entre canciones que se nos escapan entre los dedos y derriten el tiempo hasta fundirlo y pararlo por completo. Un momento fugaz en que mrs. Olsen versión demonio prescinde de sus ‘éxitos’ recientes (por un momento tararea ‘Shut Up Kiss Me’ y se permite el travieso lujo de dejarlo ahí), en beneficio de antiguas perlas en la sombra o nuevos lamentos por acabar, como queriéndoles regalar el derecho de lucir en una fiesta en la que no se las esperaba. Una deliciosa fiesta de aniversario en la que unir pasado y presente con anhelo de futuro. Y si no ha cantado ‘Never Be Mine’, que sea señal de algo.